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Días sin suerte (II)


Uno tarda a veces una vida entera en comprender que la vida no vale nada, pero hay días a los que los ilumina una especie de resplandor maravilloso. Quienes lo han percibido alguna vez refieren que es muy frágil y que no tarda en difuminarse, en perderse, en hacer que dudemos sobre si ha existido realmente o ha sido una impresión fugaz, falsa, sostenida por el cansancio o por la idea de que la fantasía, tan abandonada en ocasiones, solicita incorporarse a nuestra vida y gobernarla. Por eso me incliné a no pensar, por eso olvidé quién era y qué podía perder si las llamas me devoraban. Porque se dice así: las llamas devoran, como si fuesen un animal de presa y hubiesen encontrado su pieza y la estuviesen descuartizando. Todo lo que vino después, lo que aconteció en el fuego, es lo que no recuerdo. Salí indemne, sí, pero no puedo asegurar nada, porque mi memoria, la muy frágil, se deshizo allí dentro, decidió no participar en la trama, quiso perderse el resto de la historia, y ahora vivo de lo que me van contando, de lo que unos y otros me confiesan cuando vienen a visitarme, y yo les dejo, porque deseo saber y aspiro a que entre todos conformen una historia que yo pueda contarme, y saber si valió la pena y si las vidas que dicen que pude salvar están ahora descarriadas o, por el contrario, aprovechan los días juntamente con sus noches, y pasean las avenidas y por la noche la madre y el hijo de corta edad se abrazan y ríen, celebrando la vida que ahora yo poseo a medias. 

Soy Juanma, Juan Manuel, Juan ahora, el héroe ciego, el hombre al que saludan y el hombre al que admiran, pero soy también el invisible, el que renunció a todo y empezó de cero, como se dice. No sé cómo contarlo mejor de lo que estoy haciendo, porque las palabras, cuando las llamo, Tampoco vinieron antes, nunca las busqué, no me incitaron nunca, pero ahora las deseo, tal vez por ahondar por dentro y extraer lo que no alcanzo, como el que raspa una superficie en la idea de que debajo hay algo y dedica su vida a esa paciente empresa. Ya no tengo la rutina que antes bendecía. Solo deseo saber, que me cuenten, ya digo. Y viene Lola o los niños o mi jefe, y me hablan con un tacto que me incomoda y les respondo desde lejos. No soy yo, Juanma, Juan Manuel, Juan ahora, no sé por qué, el que responde. Invariablemente Juan es otro, quedó en el fuego, lo devoró el fuego, aunque mi cuerpo se librase de la muerte y las llamas no me zarandearan y me redujeran. O lo hicieron. Quién sabe si lo hicieron. El alta que me darán mañana no me satisface. Ya no me duele el cuerpo. Siguen las magulladuras, la pierna rota se recompone con dificultad, la cabeza ya no me duele como cuando me ingresaron, pero estoy hueco. Es el vacío lo que saqué del fuego. 

Comentarios

  1. Bravo, bravísimo, Emilio. A ver quién salva a ese rutinario Juanma, Juan ahora y cómo.

    Un saludo,
    AG

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    1. Hay cosas peores que el fuego, por supuesto. Abrazo, my friend

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  2. ¿Qué será ahora de Juan? ¿Cómo se vuelve a la normalidad después del heroísmo? ¿Cómo sigue con su destino heroico un hombre normal?

    Veremos.

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    Respuestas
    1. Yo creo que no se puede. De ahí que no convenga ser héroe, que no haga falta salir de la rutina. Porque volver es duro, Mariela. Incluso estoy por pensar que no se vuelve del todo. De la heroicidad a la rutina, quién lo hace?

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    2. Tal vez, la heroicidad pueda convertirse en rutina. Fijaos en Superman, Mariela y Emilio.

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