Ir al contenido principal

Los vivos y los muertos


¿...quién me iba a decir a mí que estas visitas a la tumba me iban a reconfortar tanto? Nunca he sido especialmente emocional, pero ahora me veo tan sola, tan desvalida, que siento tu cercanía y la disfruto, esa proximidad que tal vez no supe encontrar antes... me enfado conmigo misma porque esto suceda ahora, cuando nuestra situación ya no tiene remedio... ¿Por qué no he sabido arreglar lo nuestro antes? Creemos que el tiempo es ilimitado para manifestar afectos, que siempre podremos arreglar nuestras emociones, pero es falso: la muerte siempre nos aguarda y quedan en nuestras vidas desgarrados cabos sueltos... Me reprocho no haber intentado, cuando aún se podía, arreglar lo nuestro, que iba cada vez peor. Más exactamente, nuestro matrimonio fue un absoluto fracaso, Manolo, ¿para qué negarlo? Yo era joven e inexperta, me gustaba un chico que se fue a Madrid y me dejó plantada, deshecha, sin expectativas... y en esas llegaste tú. No me gustabas, recuérdalo, pero yo era frágil y tus cucamonas, tus regalitos, tus finezas... y creí que ibas a ser el hombre de mi vida. Debió de ser la soledad, que es muy mala. 

De un modo u otro, al final conseguiste que te dijera que sí, que éramos novios y aunque yo era bastante lanzada para aquellos años, te mantuve a raya, que eso me lo había enseñado mi abuela: “A los hombres hay que atarlos cortos, hija, que se crecen y se hacen los amos. Cuando te llegue el momento, tendrás que hacerte merecer y guardarte.”, me parece estar oyéndola. Eso ya pasó a la historia, fíjate que nuestros nietos ahora van a la voz de “aquí te pillo, aquí te mato” y lo hacen todo desde los trece o catorce años, que eso ya es perder la vergüenza y, sobre todo, el misterio, pues lo que ganan en libertad y disfrute lo pierden en deseo mantenido, recalentado, en suspiros lánguidos y caritas de carnero degollado, en el encanto de la espera, pero cada tiempo tiene sus cosas. Tú me deseabas, yo no te dejaba nada más que lo justo y llegué a creer que estaba enamorada de ti. ¡Con lo soso que has sido siempre, Manolo, por favor! Porque eras muy poca cosa, a ver, perdóname. 

¡Licenciado en Derecho! Me decías y yo creía ver en ti todo un abogado como los de las películas americanas, un héroe, un triunfador que se las sabe todas y yo iba a ser tu chica, la heroína a la que todo el mundo envidia..., pero la realidad se impuso y tú no tenías nada de héroe ni podía haber nadie que sintiera envidia de mi lamentable vida de esposa, siempre aburrida, insatisfecha y decepcionada. ¡Abogado, sí!, pero nunca pasaste de un modesto picapleitos que apenas ganaba para mantener un decoro. Sinceramente, para mí, casarme contigo fue bajar varios peldaños, pues yo era la nieta de doña Gonzala, que no estudié ninguna carrera porque mi abuela decía, parece que la estoy oyendo, que “una nieta de Gonzala Jimeno no necesita una carrera para vivir ricamente, que eso de los estudios era para los que no tienen donde caerse muertos” y me quedé esperando que llegara mi príncipe adorado, es decir, tú, que ni tenías sangre azul ni había nada en ti que pudiera pasar por principesco. 

Monumento a los muertos, Cementerio Père Lechaise, París 

Con todo, soporté tus manías, tus costumbres que me exasperaban y hasta disimulé muy dignamente tu lío con aquella secretaria, que no creas que no lo supe. Era evidente: un bufete al que no acudía ningún cliente de fuste y tú con secretaria, rubia, con unos ojos azules que eran hermosísimos y un cuerpo de lo más deseable... y yo, haciéndome la tonta, que una nieta de doña Gonzala no podía rebajarse a algo tan primario como los celos, aunque me dolía el papelazo que me estaba corriendo... 

Un puro despropósito. ¡Si es que hasta cuando eras fino metías la pata! Cuidado, con el perrucho que me regalaste, una monería, es cierto, pero aquí me tienes a mí, que siempre tuve varias criadas en casa de mi abuela y ahora me tocaba sacar al perro a pasear y recoger su suciedad... Es que no acertabas en nada, hijo, que ni que lo hicieras aposta... Ya sé lo que vas a pensar: que siempre he sido una loca, que te he dado berrinches insufribles, que no he sido una buena esposa, que te la jugué en más de una ocasión... no pretendo justificarme, total, ¿ya para qué?, pero si me ilusioné con otros hombres fue por culpa tuya, Manolo, que no supiste conservar ni la escasísima ilusión que tuve contigo al principio. 

Sin embargo, mira por dónde, ahora te siento cercano a pesar de que nos separa esa enorme distancia que existe entre la vida y la muerte. ¡Las cosas de la vida! O de la muerte, según se mire. Tiene gracia: todo encaja ahora. ¿Tiene sentido la palabra ahora en la eternidad de la muerte? ¿Hay diferencias ya entre ayer, ahora o mañana? ¿Significan algo los conceptos de pasado, presente y futuro? Aunque futuro, lo que se dice futuro... no hay más que el escaso margen que te queda para venirte aquí conmigo, a este lado de la muerte... Pero mientras llegas, Manolo querido, por favor, sigue viniendo a traerme unas flores, sigue pensando en mí cada noche y mira goloso las viejas fotos de cuando yo era una mujer deseable, de cuando hubo algo de maravillosa complicidad entre nosotros. Por favor, vuelve mañana a esta triste tumba donde me pudro, soñando con los abrazos que tantas veces te negué... Sé que es una pura contradicción, pero ¡me siento tan sola en la muerte, que tus visitas me dan la vida...!

Comentarios

  1. Muy buen giro!
    Hasta que la muerte ... nos una, sería en este caso.

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Malenita. La vida y la muerte son tan relativos que a veces se producen confusiones.
    AG

    ResponderEliminar
  3. En este caso el cementerio no deriva del cemento frío de la tumba, sino del cimiento etéreo del futuro espectral de un amor eterno...a su pesar. Con cemento o con cimiento, un relato muy bien construido. Con conocimiento de causa.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario