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La cabeza me da vueltas. Un acelerador de partículas.
Centrifugado de neuronas. Cubitos de hielo amarillo al trasluz del cristal con
insectos intactos. Tanto no he bebido. Alguien debió inyectar poison al bourbon.
Su brillo áureo me deslumbra. Mariona no está. ¿Cuánto tiempo ha pasado…¿un
minuto?...¿un día?...¿una eternidad? Las sábanas aún huelen a sexo. Perfume de algas
en sus braguitas descuidadamente enrolladas. Desde la ventana contemplo la
calle transitada por tipos extraños. Neones oscilantes que suenan a blues. Veo
visiones. El viejo diner del Greenwich Village y sus cuatro halcones de la
noche. Creo reconocer a Mariona. Fue allí donde empezó todo. El encuentro
casual en la New York Public Library de
Manhattan, meses antes de la concesión del Nobel. La seducción. El viaje. La
aventura. Ahora la cama está revuelta y mi cabeza aún más. La sangre iluminada por el
resplandor del orgasmo. ¿Por qué la pequeña muerte ha de hacerse grande?
Montaña rusa de recuerdos vertiginosos. Estaciones. Sirenas. Estibadores en el
muelle. Barcos bajo el puente de Brooklyn. Andenes. Niebla. Ciudades con mar y espías. Un invierno en Lisboa… Pero
no. Eso fue hace mucho tiempo. Flashback de faros en la autopista. Travelling
fugaz. Un Plymouth Barracuda. Humo azul de un Chesterfield sin apagar. El Pontiac del 72. El dragado del
Hudson. Aquellos tipos de película. ¿Realidad o ficción? (¡Mi cabeza!)
Ferrasolo. Lugano. ¿Por qué tanto interés de Mariona en que yo contara la historia? Precisamente ahora que he alcanzado la
gloria. ¡El Nobel! Su miseria. Habría preferido ser el negro de Truman Capote.
A sangre fría. ¿Y aquel tipo vulgar?... Calvin Moran. Quizá no lo fuera tanto. Muddy Waters en la radio del viejo Cadillac. Vulgar, tal vez, pero un
tipo listo. De los que saben ver los planos del cielo y del infierno en la
belleza de una mujer. ¡Calvin Moran! Otro fiambre. ¡Uf!, la cabeza… ¿¡Quién anda por ahí!?... ¡Maldito gato
negro! Lo sabes todo tan bien como yo y quieres acojonarme. Esta tremenda
procesión fúnebre. Suma y sigue de cadáveres… Mas no lo quiero escribir. No sé. Soy
un poeta. El crimen no admite metáforas. En historias como ésta un endecasílabo cuenta 11 balas. Más que un
poeta soy un farsante. Un embaucador embaucado. Un falsificador del lenguaje.
Bellas palabras para engatusar a femmes fatales. Mariona Bonetti.
¡¡Cucarachas!! Otra vez Kafka en Nueva York. ¡Horror! Cucarachas subiendo por
las sombras de mis manos que proyecta el flexo sobre la página en blanco.
Correteando por ellas, fugitivas, como versos esquivos. Grafías vivas del submundo
urbano. Espectros insectados de Elvira, de Samuel, del vaciado visceral de esta
orgía de muerte. Y mi cabeza que gira y crepita
como un disco rayado. Arden las sienes. Y el sueño que reniega de la noche. ¿El sueño?... ¡El
sueño eterno! Otra vez ese ruido…No es
el gato esta vez... ¿¡Quién es...!?... ¿Mariona?... ¡No!...Eres tú, Raymond Kiss
Chandler... ¿Qué haces aq…?
Raymond Kiss, esas cosas no se hacen con un genial Michael, hombre.
ResponderEliminarY tú, CVobovsky, esta vez te has salido. Magnífica imaginería negra como el sostén de Mariona, como el deseo y la ambición.
Y el saxo... (o era el sexo).
AG
Quizá debiera haberse titulado "Poeta en el infierno". O "Musas asesinas". O "¿Qué hace un chico como tú en un sitio como éste?" En cualquier caso, el noir es poesía trémula, crepuscular lirismo. Tras toda la sangre y el verbo rotundo, late un corazón herido, sin esperanza de más redención que el tiempo que pisa.
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