Todo ha sido culpa de mi hermana. Claro, como es cuatro
años mayor que yo, ya no quiere jugar conmigo como antes y yo me aburro. Antes
veíamos los dibujos y merendábamos juntos, pero ahora se va con sus amigas y no
me deja que me vaya con ellas. Si protesto,
mis padres me dicen que a mi edad tampoco la dejaban salir a ella y que yo me
tengo que esperar a tener sus años para poder salir y entrar por la
urbanización. Por eso, como me aburro ha
pasado lo que ha pasado, que me dan ganas de llorar del miedo que he sentido...
Porque me he podido matar... Y todo porque la maestra les ha puesto que hagan
una cometa a la clase de mi hermana y ella cuando llegó le pidió dinero a papá
y bajó a la papelería de Magdalena. Trajo papel de seda de varios
colores, pegamento, varillas, cuerda... Yo quise ayudarle y al principio no
me dejó, pero después pude colorear y ayudarle a sujetar los bordes del papel
para que se pegara. Lo hicimos en la mesa de la cocina y mi mami puso un
plástico para no llenarlo todo. Mi papá también ayudó y puso en los bordes unas tiras de papel
transparente, de ese que pega, y yo me fui a la ducha, que se estaba haciendo
tarde.
Me enfadé porque mi hermana no me dejó ayudarle más.
Como estaba mosqueado, cuando le tocó a ella bañarse, sin que mis padres se
dieran cuenta, que estaban liados con la cena, yo cogí la cometa recién
terminada para verla. ¡Qué bonita era! Me hubiera gustado que fuera mía... pero
como me tenía que aguantar, la saqué a la terraza. Iba a ser sólo un momento
para ver cómo volaba. Le solté un poco de cuerda y aguantaba muy bien, así que
le dejé otro poquito y el aire movía la cometa ya fuera del balcón. Y después, otro poquito más de cuerda libre... Estaba anocheciendo y le
daban los rayos de sol. ¡Qué brillo más bonito tenía! Yo estaba muy contento,
porque también había coloreado aquellos dibujos tan alegres, por eso no me di
cuenta de que la cometa había empezado a tirar de mí y que me estaba levantando.
Muy pronto estaba volando sobre la calle. Veía a los vecinos en sus casas,
mirando los televisores o hablando por teléfono y si miraba abajo, veía un
tráfico que me daba miedo. Yo seguía subiendo y ahora veía todo el barrio: la
farmacia, el colegio con las luces apagadas, el parque donde nos sacaban mis padres,
mi bloque... pero todo eso quedaba abajo, cada vez más lejos y yo empecé a
asustarme y me entraron unas enormes ganas de llorar. ¿Qué me iba a pasar?
¿Cómo iba a volver con mi mami? ¿Se habrían dado cuenta de lo que estaba
pasando? Recordé lo que me habría dicho mi abuela:
-¡Eso te pasa por cazoletero!
Imagen tomada de rincondelnaufrago.blogspot.com
Fue cuando empecé a llorar, muy flojito, pero muy
asustado, convencido de que me iba a caer y además muerto de frío. Entonces lo
oí a mi lado. Era un pájaro muy pequeño, que se había parado en la cuerda de la
cometa, muy cerca de mí.
-Tienes problemas, ¿eh, pequeño?
Yo miré más asustado todavía, hasta que me di cuenta de
que era un gorrión, tal vez de los que se comían las miguitas de madalena que
les poníamos en la terraza después de merendar.
-No llores. Sé dónde vives y te voy a llevar tirando de
la cometa. No te sueltes.
Y empezamos a bajar muy despacito. Yo miraba mi terraza,
que cada vez estaba más cerca. Pensaba que el pobre pájaro era muy pequeño para
tirar de mí, pero nos íbamos acercando y ya casi veía el salón de casa. Un poco
después, el pajarillo se acercó al balcón y le dio un par de vueltas a uno de
los barrotes para que yo pudiera bajarme sin peligro. Le di las gracias y le
dije adiós con la mano. Después, el animalito se perdió en lo oscuro de la
noche. En ese momento mis padres nos llamaron:
-Irene y Javi, a
cenar.
Yo entré con la cometa y la dejé donde mi hermana la
había puesto y me senté a cenar un poco mareado. Ella ni se enteró porque
estaba peinándose, que es muy presumida y tarda mucho. Después de comer, nos hemos
cepillado los dientes y nos hemos acostado, pero no consigo dormirme.
Tengo ganas de ver mañana a Lolo en la escuela para
contare lo que me ha pasado, aunque sé que no me va a creer...
La increíble capacidad de los niños para salvarse a sí mismos a través de su prodigiosa imaginación. Cuando crecemos, ya no creemos que pueda venir un gorrión y sacarnos del mal trago. Tan saciados de realidad andamos que no confiamos en el poder de un mágico plan de rescate. La física fría y arrogante aprisiona el intelecto del adulto, cautivo de sus propios miedos.
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