Es curioso cómo la muerte confiere a las cosas una especie de dimensión
desconocida, extraña, inusual. Podría haber sido una noche de descanso o de
juerga, incluso una aventurera noche de encuentro con alguna mujer… En cambio ha
sido una larga noche en el tanatorio, una situación insufrible y pesada que nos
ha llevado a los asistentes a darnos abrazos más fuertes de lo habitual, a
intercambiar algún beso que no tendría sentido en otro contexto y a comentar
cosas que serían absolutamente ridículas fuera de ese exiguo recinto del túmulo
número 4, a través de cuyo cristal aparecía el cadáver de mi jefe, pálido y
macilento, pero aún enérgico, como si quisiera seguir controlando a la
heterogénea grey que hemos pasado la noche acompañando sus últimas horas.
Me llamó anoche la propia Mariví: que su marido había muerto de repente.
Un infarto, según le dijeron en urgencias. Que me encargara yo de avisar a los
demás jefes de área, de la logística del sepelio, de todo, en definitiva. Y
sobre todo, que fuera a verla. Me necesitaba a su lado, me dijo.
Me pareció una pura ironía que me llamara precisamente a mí, porque
nuestra relación nunca ha sido trigo limpio. Hemos sido amigos, amantes, apoyo
recíproco y confidentes durante media vida, de manera que no veía yo muy
correcto ser el responsable de todo el ceremonial, ni consideré acertada esa
necesidad de tenerme cerca.
Cuando llegué a su casa, la vi desconcertada, más que apenada. No
comprendía lo que le había pasado a Tomás, ni asumía su nueva situación, llena
de aspectos empresariales, financieros, familiares y mediáticos… Era ya la
viuda de un empresario archiconocido, carne de papel couché y de revistas chismosas, que seguían sus viajes y recogían
su espléndida fotogenia y su glamour
de estrella americana. En ese savoir
faire, en ese desparpajo mundano, siempre le había asesorado Tomás y ahora ella
temía no saber desenvolverse.
Me abrazó, desvalida como una niña. Percibí sus pechos contra mi cuerpo. Ahora
eran muy distintos a los que yo había gozado en tantos ratos de sexo clandestino
que habíamos compartido. La noté empequeñecida y me ofrecí para lo que hiciera falta, con bastante ternura
por mi parte, con un amable compañerismo solidario y directo. Me agradeció la
delicadeza y de repente me hizo una petición
que me dejó helado:
-Mañana en la ceremonia del entierro, lee una necrológica. Hazlo por mí…
aunque sé que no te caía bien…
En sus ojos había una mirada de súplica, algo extraño en ella, que siempre
había adoptado la pose de la triunfadora indiscutible, de la mujer que domina,
algo aprendido de Tomás, ya que cuando la conocí en la Facultad era una chica
sencilla, modesta incluso, y se le veía aún el pelo de la dehesa, de su humilde
origen que jamás quiso ocultar.
Me insistió en un susurro:
-Por favor…, hazlo por mí- y se le saltaron las lágrimas un instante antes
de abrazarme de nuevo.
Y eso estoy a punto de hacer: leer la necrológica que he preparado. Todos
me miran con cierta extrañeza, hasta con ciertas sonrisas veladas, al ver que
me acerco al atril donde hay un micro esperándome. Los compañeros, que forman
una abigarrada estructura de jerarquías y castas, los banqueros, varios
ministros, una legión de amantes que comparten su parcela de espuria viudedad,
una masa de periodistas de lo frívolo… pendientes de mí. Leo en sus rostros mil
mensajes, pero la mirada burlona de Juanjo, que sabe todas mis interioridades,
me desconcierta. Carraspeo, enciendo el micro y empiezo:
Tanatorio de Granada (Ibáñez, Berbel, Arquitectos)
Queridos amigos, distinguidos señores, señoras: glosar en sólo unos
minutos la figura de nuestro amigo Tomás es imposible. Su personalidad
necesitaría un desarrollo mayor (y tanto,
¿cómo condensar en tres minutos su frialdad, su disposición a vender su alma
por una palmada en el hombro, por un reconocimiento o por un razonable margen
de beneficios?), que se escapa de la intención de esta brevísima glosa de
su figura.
Lo acompañamos en estos últimos minutos sus empleados y amigos (bueno y alguna zorra que siempre estuvo pendiente de
su dinero y algún acreedor que desea estar de los primeros, y los parientes
pobres que esperan recoger alguna migaja, y… ¡el mundo es tan hipócrita!), todos quienes lo conocimos.
Cualquiera de nosotros podría decir que nació siendo empresario. Supo aunar la pura
intuición, la simple creatividad, la enorme imaginación (y una voracidad implacable, una falta de escrúpulos poco común)
para ir uniendo las distintas empresas de su holding y acumular el poder que lo
convierte en uno de los empresarios y financieros más populares del país (todo el día en las revistas del corazón por sus
escándalos, por las descomunales juergas, llenas de chicas en su yate).
Sus deudos, aquellos que siempre vimos en él algo distinto, algo
definitorio (…claro: la clase de mala
persona que siempre fuiste, cabrón) tal vez hemos buscado durante estas
horas alguna cualidad que lo resuma y defina.
En mi caso, el rasgo distintivo con que lo señalaría, es su perseverancia fuera
de lo común, el no apartarse jamás de su línea, (y si hablamos de rayas de coca, no digamos, si se le estaban necrosando
las aletas de la nariz…). Lo suyo era la salvaguarda de la empresa, la
responsabilidad ante los accionistas, la deuda contraída con quienes confiaron
a su gestión sus finanzas (si lo sabré
yo, los trucos contables que he tenido que organizar para que esta bestia
depredadora se llevara una pasta a ámbitos seguros…). Pero también se
preocupó siempre de sus operarios, de los miles de trabajadores de sus
empresas, esos mismos que hoy acompañamos sus últimos momentos pensando en quién
lo sucederá en el puesto de mando, en qué medidas empresariales definirán
nuestro futuro (porque como la empresa
caiga en manos del impresentable de Márquez, esto se va al garete en dos años,
claro, que yo soy el que limpia las cloacas contables y sé como desviar a
paraísos fiscales algunos millones: si lo he hecho para el jefe, lo puedo hacer
para mí mismo).
Tomás, te vas dejando en nosotros, junto a la pena de haberte perdido, la
incertidumbre de ese hueco que queda abierto y que será difícil volver a llenar
(jódete, Márquez, que esta es por ti… y
respecto a eso del hueco, sólo pienso en el que dejas en tu cama, junto a tu
dulce esposa, que fue mía antes que tuya, recuérdalo, cabronazo, y que parece
que me está leyendo el pensamiento, pues en sus ojos ha aparecido una muda
sonrisa, una dulce promesa). Tomás, siempre te tendremos en nuestra
memoria. Gracias.
Doblo el folio, miro a los circunstantes y percibo un silencio dramático,
veo en sus rostros una gravedad solemne, miro a Márquez, cuyas pupilas se han
contraído hasta el espasmo… De repente suena una palma, dos, tres, muchas más…
que se convierten en un creciente aplauso con que la concurrencia me premia la
cínica emoción que les he contagiado. Busco la mirada de Mariví: sus ojos me
dejan bien patente que tan pronto como las circunstancias lo permitan estará en
mis brazos. El muerto al hoyo…
Hay un punto Nathan Zuckerman en este relato que lo hace condenadamente atractivo. Y un paso más allá: hay un instante en el último párrafo en que parece que los presentes han escuchado sus pensamientos y no sus palabras… Y que aún así aplauden. Y el hueco va a ser llenado por el vivo, sin duda. Vaya que sí.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho por lo atrevido pero, para dar otro punto de vista: reacciones como esa del prota son las que nos terminan nivelando a todos a la misma altura. No se diferencia mucho el tirano egoísta del cobarde que se venga cuando no hay posibilidad de replica. Es más, no parece muy de buena persona por ejemplo, ponerse "palote" al abrazar a la viuda ¿no te parece?. Cuando comprendes que personas como ese jefe son solo el resultado de algún trauma no superado, de la frustración, de las circunstancias, de haberse dejado llevar, de azares del destino, etc (en resúmen, personas trastornadas) pierden esa importancia, esa especie de "aura" de invencibilidad que parecen llevar. Porque te das cuenta de que el motor que les trae y les lleva es simplemente una estúpida continuidad de su apariencia de macho, que alberga en el fondo más miedo que cualquier otra cosa. Empiezan mal, continúan peor y llega un momento en que no pueden cambiar su forma de ser, aunque quieran, por el temor al entorno. Miedos que se vuelven paranoias por desconfianza continua. De cualquier manera, alguien muy sabio me dijo que "no ofende el que quiere, sino el que puede" y, por extensión siempre he creido que determinadas personas nos provocan solo el miedo que nosotros mismos queramos crearnos. Esa maldita costumbre que convierte automáticamente en buenos a los muertos....Porque, para meditar: el muerto muere siendo (aparentemente) jefe, teniendo atemorizado al resto de su entorno. Muere siendo marido de la mujer que ahora desea el prota. Habiendo tenido una vida de excesos, etc ¿que te parece?
ResponderEliminarPárate en la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo, dice el saber popular. Nada dice de leer la necrológica o acostarse con su viuda. Creo que ese es un gustito extra.
ResponderEliminarEl mar irá ganando terreno la costa no por el calentamiento global, sino por las lágrimas de cocodrilo que se derraman en los tanatorios. Además, cuando Eros y Thanatos contraen matrimonio en el propio túmulo y oficia la ceremonia un maestro canalla como tú, la e-moción (= al placer de la lectura)
ResponderEliminarestá servida. Este humor negro me ha llegado a la sentina del alma. (Eso no ocurre todos los días):
Te felicito a ti y le doy el pésame a la señora. O viceversa.
Un tanatorio es un laboratorio donde se reflejan males y virtudes sociales. Debieran los estudiosos de la conducta ir día sí, día no, a tomar notas. No cabrían las observaciones en mil cuadernos.
ResponderEliminarPlacer en barra.
Ja, ja, seguramente el muerto no merecía mucho más que esa despedida cínica y ese vislumbre de futuro con la viuda. Besazos.
ResponderEliminarGracias, amigos. El caso es que se me quedó corto: le faltaba algo, así que he añadido un par de cosas, he corregido pinceladas que no terminababan de gustarme y, una vez repulido, lo he puesto en mi blog:
ResponderEliminarhttp://albertogranados.wordpress.com/2013/10/08/la-necrologica/
Muchas gracias por asomar por aquí y tomaros la moelstia de comentarme.
AG
Yo en ellos he vivido cosas que no creeríais. O sí. La muerte es un narrador fabuloso
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