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Always Franco



Cuando era un niño (bueno, ahora también me sucede en alguna que otra ocasión, aunque con mayor contención argumental y menos efectos especiales), soñaba que tenía la facultad de congelar el tiempo. Imaginaba que a un seco chasquido de mis dedos, seres y objetos enmudecían, dejando a mi libre albedrío la voluntad de obrar a gusto. Entrar en las dulcerías y desvalijarlas, correr entre los coches, tirar petardos en el colegio, hacer aquello que mi desprejuicida imaginación o las normas familiares me impedían realizar.

Quizá por ello entiendo el gozo inefable de Eugenio Merino, autor de Always Franco. Criogenizar al Caudillo, convirtiéndolo en un icono pop, apto para el consumo de masas, viene a ser como recrear el primer polvo cósmico de tu adolescencia. Sí, ya sé, puestos a elegir, mejor el cuerpo corruptible de Angelina Jolie. Faltaría más. Pero esto es lo que hay.  

Tener para ti solo, embutido en una nevera, el cuerpo incorrupto del Generalísimo, quizá no sea un erógeno lubricante, pero tiene su morbo. Otros coleccionan aviones de guerra, minerales o casas de muñecas. Yo, si pudiera, haría una extensa colección de dictadores congelados (incluido los vivos). Los pondría en fila de a tres y les dedicaría ante su féretro de hielo un desinhibido corte de mangas todas las mañanas, antes del café con magdalenas. 

La erótica proletaria no permite más licencias que soñar despierto. Que un Franco con 20 años no resucite y que Rajoy decida hacerse a sí mismo un ERE-quiri en vez de seguir congelando la esperanza de la ciudadanía.

Perdonen ustedes, pero cuando me caliento...

Comentarios

  1. Tarde o temprano terminan volando por los aires. Es cosa de paciencia.

    Abrazos.

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  2. Debería existir un fríometro capaz de medir la frialdad cerebral de estos tipos: Pinochet, Stalin, Franquito, Videla...
    Cuando murió Pinochet me metí en la web de su fundación, traando de lanzarles un pueril exabrupto, pero me encontré que estaba totalemnte impenetrable. Sólo había una forma de entrar: solicitar una beca. Rellené el formulario y les puse como texto: "Un hijo de la gran puta menos". Me quedé en la gloria. Fue una manera de deshelar mi corazón, tan lleno de mala baba desde 1973.
    Con Franquito no llego ni a eso. Que se nos olvide pronto, incluso a sus nostálgicos.

    AG

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  3. Propongo una línea de análisis léxico a partir de esta familia de palabras y sus connotaciones polisémicas:

    Franco- frasco-fresco...refranco -refrasco -refresco...francura -franqueza-franquicia...
    Y -qué horror- : ¡Francofilia! Algo de eso, en una nueva acepción sobrevenida, hay en la nevera.

    En fin, dejémoslo todo en una francachela.

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  4. El único franco que me gustaría tener en la heladera es el suizo.
    Y varios millones. Acá, en el servicio militar, había un franco que también se disfrutaba, el higiénico, y no era precisamente para ir a ducharse o lavarse las manos. En la Argentina quedan muchos nostálgicos también, algunas veces asusta pensar que podríamos ser el único planeta con vida inteligente...

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  5. Me da miedito, que querés que te diga. ¿Y si a alguno se le da por descongelarlo, como a Walt Disney?

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  6. La obra de Eugenio Merino me hizo reflexionar también acerca de cómo la cultura popular, mediada por la publicidad, convierte hechos y personajes históricos en meros iconos kitsch, en reclamos para el consumo de masas.

    Muchos de los alumnos de Secundaria de este país no saben quién fue Franco y apenas sabrían explicar la diferencia entre una democracia y una dictadura. Es triste que estas diferencias haya que experimentarlas para discriminarlas.

    Por otro lado, estos personajes acaban colándose en el imaginario colectivo a través de películas, merchandising, clips musicales y demás productos culturales. Este mecanismo falsea la realidad, transmuta el verdadero significado de la Historia, banalizándola. Las nuevas generaciones quedan así aisladas de su pasado más reciente, incapaces de juzgar su presente con criterios éticos.

    Este mecanismo sociológico genera graves efectos perversos sobre nuestra sensibilidad social y política. Nos vuelve susceptibles de no saber reconocer los populismos, las sutiles formas de totalitarismo que comienzan a teñir sutilmente nuestra democracia.

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