Soy (o mejor: estoy a punto de ser) un guiso. Un guiso
con aspiraciones a cierta forma de prestigio, de reconocimiento por parte de
los comensales, aunque sea sólo durante una fugaz aparición en la mesa. No me
quejo. Hace una hora yo sólo era un montón de elementos sueltos (carne,
pimientos, tomates, apio, puerros, vino blanco, especias…) dispuestos de
cualquier modo sobre la encimera de la cocina. Después, el cocinero que me está
dando forma ha ido pelando, cortando, salando, friendo, sazonando, rehogando,
removiendo y he ido tomando ser, consistencia, identidad, aroma, color y textura. Le estoy agradecido,
algo así como si fuera mi padre.
En la cocina hay una extraña complicidad entre los
elementos guardados en los armarios. Se lo cuentan todo y hacen todo tipo de
comentarios. En un bote de cristal se conserva lo más antiguo, la matriarca: una
vieja rama de canela, cuya fecha de caducidad está a punto de vencer. Eso
supondrá ir a parar al cubo de basura. Está decaída, triste, como enferma de
una extraña melancolía. Todos la respetan y tratan de animarla.
En otros botes, los ajos, el laurel, unas cayenas, unas
nueces moscadas y yerbas de la Provenza, así como tomillo, romero y cilantro crean
una mezcolanza de aromas que el cocinero disfruta y aspira con frecuencia.
Las cebollas, bajo el fregadero, junto a las patatas, saben
de los llantos de este hombre taciturno y depresivo que vive solo (un puerro
viejo dice que la esposa no lo quería y se fue con otro), claro que la botella
de rioja dice que se alegra al segundo vasito, cuando prepara la mesa cada día
con toda la prosopopeya del que tiene invitados, aunque está completamente
solo. La espumadera, junto al teléfono inalámbrico, asegura que lo oye hablar
con sus hijos, siempre con las manos libres y encajándolo en el cuello en tanto
que mueve masas, corta cebollas, hace una picada o prepara un sofrito. Cuando cuelga, dice la espumadera, siempre tiene un aura de tristeza infinita.
Las cacerolas aseguran que hoy todo es distinto, por
eso estoy orgulloso de ser, precisamente yo, el plato principal del menú. Hoy sube
a comer la vecina de abajo. Me han dicho que es la que llora de manera
inconsolable todas las tardes. La misma que cuelga su ropa interior, siempre
coqueta y minúscula, en la cuerda y produce ardores en la imaginación de mi
cocinero.
Dentro de un rato, estaré para apartarme de la lumbre.
Ha metido la cuchara de palo varias veces dentro de mí, la ha soplado y lamido
con gula, con pasión… Una sartén me ha dicho que su mirada era la del triunfo. Espero estar a la altura de las
circunstancias. En el frigorífico está el tiramisú que ha preparado antes.
Después han sido unos entrantes. La botella de vino está a la temperatura correcta. El mantel
dispuesto, con los cubiertos (los ha a mano fregado, con un cuidado y una energía ya olvidados) y las
servilletas, que planchó anoche. Yo estoy a fuego lento, esperando. Ha conseguido contagiarme el nerviosismo. Los vasos lo
comentan tintineando:
-Esperemos que todo salga bien. Necesita a esa mujer.
Está tan solo…
La fuente donde me va a preparar me lo ha dicho
también:
-Esmérate. No vayas a producirle a ella una mala
digestión, un deseo de marcharse… La necesita.
La jarra del agua me miraba como si de mí dependiera el
equilibrio del universo. Me está entrando el mismo nerviosismo que a él. Que a todos.
El reloj me guiña, cómplice. Es una especie de piropo
que me lanza. Debo de estar casi a punto… El cocinero se acerca y vuelve a
meter la cuchara de palo en mí. Sopla delicadamente y me prueba. Todo un gesto
de placer, como el preludio de una buena siesta llena de compañía, tal vez de caricias y placeres.
Me cubre con la tapadera y apaga el fuego. En ese instante, suena el timbre.
Creo que ha llegado la hora. ¡Qué responsabilidad!
como cocinero
ResponderEliminarme saco el sombrero
ante tal manera
de manejar tan delicados ingredientes,
los sentimientos.
salú!
y buena vida...
f
Creo que va a cumplir con creces... el éxito está asegurado!!
ResponderEliminarUn abrazo!!
Pdt: ¿puedo probarrrr?
El placer de lo sencillo. Back to the basics, diría un Warren Buffet de la cocina.
ResponderEliminar"La mesa animada" (et. ánima=alma) despliega toda su sabiduría. La salpica de intuición, la aliña con sensorialidad y se muestra con un hedonismo melancólico que denota los agridulces matices de una expectativa de placer que se queda corta: Se pretende la compañía permanente, acabar con la mala digestión de la soledad.
ResponderEliminarAlberto, nada que ver con la tristeza del ragú de ternera del RACA 42 ni de las meriendas en el Bocadi, ¿te acuerdas?
Nunca fui de guisos, que sí de potajes. La culpa la tiene la cebolla; su presencia en el plato me incomodaba.
ResponderEliminarAh la mesa camilla, la familia en un guiso unida jamás será vencida, en fin, hay amor en el guiso, en esa cocción lentísima, extraviada de vértigo, confiada a la morosidad de lo amoroso.
ResponderEliminarEl guiso afrodisiaco. El vino que acompaña también tiene un rol importante, pero hoy le toca al guiso ser el heroe de la jornada. Espero que al cocinero no se le haya ido la mano con la sal.
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