Había salido exultante al balcón de la sede de Génova
hacía sólo unos minutos. La grey popular lo aplaudió, le hizo dar ridículos
saltitos, lo aclamó como el triunfador que, sin duda, era. Es cierto que el
triunfo le había costado muchos sinsabores, que tal vez no fuera un triunfo
sino una derrota puesta en bandeja por los socialistas… pero eso ahora
importaba poco. Esa noche del 20 de noviembre de 2011 quedaría recogida en las
hemerotecas y en los libros de historia.
Mariano agitó la mano una última vez, dio la espalda a
la masa congregada y desmontó esa sonrisa que tanto le costaba armar.
Comprendió que su instante de gloria había acabado. Que la vida del político es
así: a partir de ese momento, la prensa afín miraría con lupa cada desliz, cada
desacierto, mientras la prensa de la oposición desataría contra él toda una persecución.
No pudo evitar recordar lo cómodo que él se sintió cuando la COPE y El Mundo
orquestaron todo un montaje en descrédito de Zapatero. Él, que conocía mejor
que nadie los entresijos del atentado de marzo de 2004, se había enrocado en
aquella sarta de embustes que tanto lo beneficiaban. ¿Qué dirían de él, a la menor
ocasión, Público, la SER o la prensa de los nacionalistas?
2012 y siguientes, años marinaos
Si él usó la religión, la negociación con ETA, el
sagrado concepto de familia, el aborto, Educación para la Ciudadanía y mil
trucos desleales más contra Zapatero, ¿qué le esperaba ahora a él? ¿Los indignados?
¿Muchos más parados? ¿El acoso de la prima de riesgo? ¿Reconocer para su
capote que nadie tenía recetas mágicas contra la crisis?
Se preguntaba hasta cuándo podía echarle la culpa de
todo a Zapatero, cuándo empezaría el electorado a comprender que su capacidad gestora
era escasa y que el puesto que realmente le venía al dedillo era el de jefe de
la oposición; cuándo empezarían los editoriales en contra en toda la prensa,
incluida la más proclive; cuándo hasta los suyos lo venderían; cuándo aparecería en El Mundo un editorial denigrante, desleal e injusto que le diera la puntilla definitiva.
Comprendió que la grandeza es efímera y está trufada de judas y desleales que ya estarían afilando cuchillos contra él, pese a ser los más cercanos. Después de todas las estupideces que había mandado
decir contra el gobierno de Zapatero, ¿qué le quedaba que soportar ahora? Buscó
los ojos de su esposa, que lo acababa de besar ante la multitud enfervorecida y
creyó ver ya una mirada de reproche, un gesto de desconfianza en su capacidad.
En ese momento le hubiera gustado darle marcha atrás al
tiempo y no haberse metido en política, ni haber falseado la realidad, ni haber
llegado a alcanzar la responsabilidad que ahora lo abrumaba. Se vio como un
Sísifo que ha llegado con su carga hasta lo más alto: desde ahora ya sólo podía descender
hasta lo más bajo. La única duda: ¿a qué ritmo sería la caída? ¿cómo de dolorosa? ¿qué se iría dejando en cada tumbo, en cada peldaño, en cada roce con la vida?
Su mujer le sonrió y él rehuyó la mirada, refugiando la
suya en un espejo que había en la pared de enfrente. Se vio mucho más pequeño que
nunca, más incapaz que nunca. Más trise que nunca.
¡Qué fino hilas, Alberto!Los mayores peligros que acechan a Mariano proceden de su propia caverna;de los que nunca confiaron en él , devotos de la inefable Esperanza Aguirre (que sigue dando muestras de generala con mando en plaza), prestos a defenestrarlo en cuanto se descuide.
ResponderEliminarMientras tanto, a lo que diga Ángela Merkel.
Un drama shakesperiano con aliño de vodevil gurteliano
ResponderEliminarAtinaste el condimento y los ingredientes, cocinero!!!
ResponderEliminarMariano ganó por la ciencia infusa de los mercados. Le salió gratis la campaña. Durante meses, quizá menos, beberá agua santa y se amilanará para tener contenta a la feligresía centrista. Pasado el frío navideño, vendrá la parca con su guadaña y se le verá el plumero (la sotana y el salmoral) a la cohorte marianista.
Alá nos pille confesados, que Dios (el patrio) ya tiene santo que le eche velas.