Ir al contenido principal

¿Qué fue de Miguel Cobo?



Todos tenemos malas rachas, pero cuando éstas se dilatan, comienzas a pensar en destinos, hados y mal fario; tiras balones fuera, culpando al infortunio de tus desgracias. Por aquel entonces, mi vida laboral se resumía a dos artículos y tres reportajes en un año, la mayor parte de ellos publicados en periódicos de tercera. Necesitaba un golpe de suerte y éste llegó sin buscarlo. Creo que desde aquel día soy un poco más espiritual; no mucho, la verdad, pero de alguna manera debemos justificar nuestra buena suerte. A veces maldigo haberme educado en un hogar católico. Te entrenan para considerar la felicidad un milagro involuntario y el infortunio un hecho natural. Por cierto, me llamo Ramón, Ramón Besonías.

Desayunaba en el bar de siempre, El perol, una cafetería diminuta, con tres mesas apiladas a lo largo de un pasillo estrecho. Carmen y Juan (los Mellis) regentaban el lugar desde que era un crío. Antaño era muy frecuentado, pero la crisis acabó poco a poco convirtiéndolo más en un expendedor de chucherías que en el cálido bar de barrio que fue años atrás. Miraba más allá de la ventana, sin mirar realmente; fijaba mis ojos en un punto y no pensaba en nada; o eso recuerdo. Aunque dicen los científicos que siempre estamos pensando, aunque no lo apreciemos; nuestro cerebro trabaja a destajo. Veía pasar coches y personas, como quien ve una mala película por televisión. Mareaba mi café con la cuchara, esperando a que se enfriara. No me gusta el café caliente, ni tampoco frío; lo prefiero enfriado, menos que tibio. De entre la masa de gentes y objetos creí reconocer una figura familiar. Al principio, no asocié aquel cuerpo con ningún nombre propio, pero aquella chaqueta raída, su andar taciturno y esa pose indiscutible de vagabundo fueron suficientes como para hacerme saltar de la silla y salir para comprobar la identidad del personaje. Caminé durante unos minutos a lo largo de la la acera paralela, escaneándolo, en busca de un sesgo que corroborara mi intuición; hubiera sido embarazoso violentar a la persona equivocada. Por fin, decidí pasar a la ofensiva; me adelanté a su paso y crucé la calle con la intención de simular un encuentro fortuito. Era él, sin lugar a dudas, era Miguel Cobo, el maestro, aquel que con un solo libro -no escribió más de tres obras- logró fulminar la poesía del siglo XX y ganarse el respeto de medio mundo. Cobo, el outsider, el enfant terrible de la poesía trasversal. Nadie sabía de él desde hace quince años. Algunos le imaginaron, en plan Rimbaud, cautivo en un paraje inhóspito, bebiendo alcohol hasta el amanecer en un remoto pueblo de Brasil, comiendo cocos y pescado crudo, o tirándose a todas y cada una de las aborígenes de una isla remota. Otros lo creían muerto, asesinado por mafias del cártel, sicarios o un borracho cualquiera en un burdel de extrarradio. Pero lo único cierto es que Cobo decidió escribir su obra definitiva y desaparecer, camuflarse del boato literario y rehacer su vida. Así me gustaba imaginármelo, feliz en su anonimato.

No sé aún qué ángel o demonio me impulsó en aquel instante acercarme al poeta y abordarle en plena calle. Pero lo hice. Mi primera frase fue -aún me lo parece- estúpida y poco eficaz. Ya conocía el carácter huraño y agresivo de Miguel Cobo, pero qué hubieran hecho ustedes si después de tanto tiempo se encuentran con la posibilidad de entrevistar a un ilustre poeta desaparecido. «Hola, ¿es usted Miguel Cobo?, ¿no es cierto?», dije. El poeta me miró sorprendido, como si no me hubiera oído. «¿Miguel Cobo?», repetí. Él me miró a los ojos y sin apenas darme tiempo a seguir insistiendo en la naturaleza de su identidad, me espetó un vete a la mierda. «Pero...» «¡Que te doy dos hostias, joder!». Apenas pude reaccionar a sus palabras y me quedé allí, en medio de la acera, petrificado, sin fuerzas para mover mi voluntad. Cobo prosiguió su camino, cargando una bolsa de supermercado, como si no hubiese pasado nada. Decidí seguirle, comprobar su dirección. Esta vez fui más prudente, evitando que notase mi presencia. Pero no tardó en volver a sorprenderme. «Es usted una condenada ameba, un sustrato unicelular sin neuronas. ¿Acaso no le dejé claro mi rotunda indiferencia hacia su persona?», gritó. Algunos viandantes se asustaron al ver a Cobo arquear violentamente sus brazos hacia un enemigo invisible. Entonces se paró en seco y se dio la vuelta. «¡Venga usted aquí, estúpido!». No lo pensé dos veces; uno no recibe una paliza de Cobo todos los días. Pero, como supe en los sucesivos días de entrevistas con el poeta, nada excepto el azar era esperable en él. «Sígame». Y yo le seguí, dócilmente, sin abrir la boca, como un efebo griego en busca de respuestas.

Vivía en un bloque de viviendas enjuto, de esos de protección oficial, con paredes de papel de fumar y habitaciones liliputienses. No había ascensor, por lo que tuvimos que escalar cuatro plantas de ángulo imposible hasta llegar a su vivienda. Cobo las subió con una rapidez asombrosa para la edad que yo le suponía. Por aquel entonces debía tener 60 años largos; 68 quizá, atando cabos. Miguel Cobo entró tarde en el mundo literario, más aún en aquel entonces, cuando se estilaba el esnobismo del escritor joven, de pose reaccionaria. Su tercera y última obra, Aliento, fue publicada a trasmano por la editorial cordobesa Alfarache, cuyo editor, Alberto Granados, era íntimo amigo de Cobo. El azar es tanto amigo como cruel enemigo del talento. Así, Aliento pasó sin pena ni gloria por el mundillo literario durante casi tres años. Las afinidades selectivas, esa red cuántica que rige la selva editorial, sopló por ventura transitando Cobo en su misma dirección. Granados era afín a una famosa revista de crítica literaria, ya desaparecida, Estrofa, que se ofreció a publicar un artículo sobre Miguel Cobo, a pesar de su exigua trayectoria literaria. Este artículo catapultó de la noche a la mañana la carrera inexistente del poeta. Todos los medios profesionales querían conocer al hombre detrás de la obra. En dos años, se publicaron cerca de 200 textos, entre tesis, artículos, presentaciones, ponencias, biografías no autorizadas, ensayos variados, que analizaban la poesía de Cobo con sesuda profundidad analítica. Sin embargo, ninguno de ellos se publicó tomando como material de investigación la propia voz del poeta. Desde el primer día, Cobo se negó a conceder entrevistas. En un principio, se mostraba calmado y rechazaba las insistentes peticiones de los periodistas con amabilidad. Pero todo cambió cuando un canal de televisión sacó a la luz un mockumentary sobre su vida. A partir de entonces, Cobo espantaba a la prensa, sin hacer distinción entre rosa, escatológica o especializada. Lejos de aminorar el interés público por el poeta, lo aumentó. Cobo se convirtió en el chico malo de la poesía. Algunos especialistas quisieron ver en su obra Aliento un reflejo de las necesidades de una generación perdida entre dos mundos, el tradicional, anterior a la perestroika, y la ultrarrealidad pos-posmoderna del siglo XXI, autista en un universo tecnificado. El silencio público de Cobo fue interpretado como una pose ideológica, causado más por su visión personal del mundo que por un defecto de carácter.

«Siéntate», me ordenó. Tantos años construyendo una imagen idealizada de Cobo me hicieron pensar que su casa sería una especie de templo de la sabiduría, una biblioteca borgiana, con libros apilados en los pasillos. Estaba muy equivocado. De hecho, me sorprendió no ver ningún libro, ni siquiera una hoja en blanco, cautiva sobre una mesa. La casa era austera, casi sin muebles. Unas cortinas monocolor, de raso, colgaban frente a la ventana del salón. El resto, un sillón, una mesa y dos sillas plegables, de aglomerado. No tenía televisor, ni ordenador o portátil, ninguna revista, ningún periódico, nada que le conectase con el exterior, más allá de sus paseos reglamentarios por el barrio. Me senté en una silla y esperé. Fue a la cocina y regresó unos minutos después con un par de vasos. «Bebe» «Gracias», dije con docilidad, sin mirar apenas la naturaleza de la bebida. Era café. «No tengo azúcar», sentenció. «No importa, así está bien». Cobo se tendió sobre su sillón, engullendo un largo trago de café. Aguanté su mirada durante un buen tiempo, para mí fueron horas. Bebió de nuevo, dejó el vaso sobre la mesa y me preguntó: «¿Qué buscas?».

[...]

Comentarios

  1. ¿Qué buscas?...¿Qué pretendes?...¿Desparasitarme?...¡aldito c...!Tú lo que pretendes es robarme el manuscrito de mis memorias "Confieso que he mentido" y vendérselas a los herederos de Lara (los extraterrestres esos del Planeta Agostini). Y que sepas que lo único que hay de cierto de lo que dices por ahí arriba (nada de suposiciones de algunos) fue lo de las aborígenes de la isla, Ramón Besonías de todos los demonios.
    ¡Panda de borrachos de la p. barra esta!

    ResponderEliminar
  2. Pero mil disculpas don Cobo. No fue mi intención prepotearlo el otro día cuando publicó lo de Malena. Lo que pasa es que patrimonio cultural y femenino argentino. Sepa usted entender.
    Esa mujer de haber sido abeja reina, hubiese cambiado al país. Entonces cuando viene un gallego, ya sé, tal vez sea catalán, andaluz o hasta vasco ud., a chamuyarla, y sí nos ponemos bravos. Es como si fuéramos a quitarle a la Duquesa de Alba (ya sé, me la regalan con moño y todo)pero era a modo metafórico.
    Pero todo bien, a un enfant terrible de la poesía se la dejo pasar. Aquí tiene una botella de caña Legui. No es mucho, pero da para convidar. Un abrazo.

    PD: con usted Ramón la cosa es distinta, en Inmigraciones sigue el alerta. Y sí macho, una cosa es Miguel, otra vos. Y encima tenemos las fotos publicadas en los boletines del Pehuajó Most Wanted. Así que ojito.

    PD1: espero sepan entender el animus jocandi.
    Y estoy sobrio. Abrazos!

    ResponderEliminar
  3. Como editor de Cobo, tengo que decirle que se ha documentado muy poco. Cobo escribió toda una "línea física" de poemarios que yo me propuse ir publicando. Fue justamente la eclosión de bibliografía sobre el indiscutible poeta lo que lo austó y me mandó parar las ediciones crítica que ya estaban casi para imprimir: "Cólico", "Prurito", "Macarrrones del alma" y "Triglecéridos para las musas" se quedaron inéditos. La fama me lo asustó. Cuando se tranquilice publicaré los mencionados poemas más otros dos que ha terminado recientemente: "Canciones del burdel" y "Gonorrea".
    Adelanto: son magníficos (y no es sólo publicidad).

    AG

    ResponderEliminar
  4. No sé, ud. es editor Sr. Granados, yo sólo un humilde lector, pero hay un par de temas inexplorados por la poesía todavía: las hemorroides por citarle uno. Con un título tipo: "Me sangran las entrañas" interés pueden despertar. Otra las uñas encarnadas, con títulos tipo "Tengo Encarnado El Dolor". Dopo está la impotencia: "El Muñeco Dormido".
    No sé, soy medio llano, y me gusta lo telúrico.
    Pero hay público para todo, no?

    ResponderEliminar
  5. ¡Esa pregunta! Típica de los grandes. ¿No sabe acaso Cobo todo lo que puede ofrecer? Si, mucho más que café negro y sin azúcar.
    Por lo que dice Granados, su editor, sospecho que está pasando por una etapa oscura. Creo que entró en ella cuando su amigo Emilio le acercara unos libros de Bucay para que leyera.
    Ojalá el joven Ramón pueda sacarlo de su ostracismo.

    ResponderEliminar
  6. El post da para una novela. Emilio podría ser el causante de que Cobo dejara la actividad literaria, Male un amor lejano (en plan Casablanca) a la que vuelve a ver tras años de silencio. Juntos podrían resolver el gran misterio que envuelve el ostracismo (¿voluntario?) del gran poeta Miguel Cobo.

    ResponderEliminar
  7. Todo ostracismo esconde una perla, tanto más pura y brillante cuanto más dure aquél. Sólo advertir que un gran poeta sería incapaz de escribir una novela digna. Se trata, pues, de un personaje pindarelliano en busca de un autor. El o la que se atreva debe tener en cuenta que la realidad en muchas ocasiones supera a la ficción. Ahora bien, tras las revelaciones escatológicas de mi "amigo" Granados y las ideas complementarias de Torrante, yo si salgo de mi ostra es para cargarme a alguien. A ver que dice Emilio, que lo estoy esperando. Malena, lo que más temo de Calvo de Mora es un elogio envenenado.

    ResponderEliminar
  8. Poeta Cobo, permítame una correción: de todo ostracismo, sale un perlismo. Y no se trata de escatología, sino de naturaleza humana (estos vates se creen que no existe el water).

    A Torrante, te revolvés en lo entrañable. Mandate mudar junto al analihta, ¿vihte?

    AG

    ResponderEliminar
  9. Debo decirlo: Cobo ha sido elprimer poeta que ha usado los captachas como material poético. Inolvidables su poema SUNOMIST, que dice así:

    sunomist vatiliom minforem
    gstunio mitassre rwvinmot...

    Todo un hito.

    AG

    ResponderEliminar
  10. ¿A qué se dedicó Cobo después de huir de las sirenas de la fama? Se admiten hipótesis plausibles:

    ResponderEliminar
  11. Por cierto, en la elección de la foto quizá haya tenido algo que ver el hecho de que ayer fuera a ver "La cosa", un rimei del clásico del 82.

    ResponderEliminar
  12. Definitivamente, no se dedicó a la Decoración de interiores.
    Trabaja en un Bar durante la noche y de día se dedica a buscar rastros de Bucay.

    ResponderEliminar
  13. Alberto:
    ¡Gracias por acercarnos estas joyas poéticas del maestro Cobo!

    ResponderEliminar
  14. Lo de los captchas no es ninguna broma "editraidor". Me atraen como material literario imantado, soldado Granados. Y a ver si te cuadras ante el cabo Cobo, ¿o es que ya no te acuerdas? ¿Saben en la barra de nuestra semisecular amistad cuartelera en el RACA 42, de la Avenida Medina Azahara de Córdoba (años 70; y esto no es ficción))?

    ResponderEliminar
  15. Puede que Cobo fuera iluminado en los arcanos misterios de la poesía en su etapa cuartelera.

    Puede que entre imaginaria y calabozos escribiera su poemario primigenio.

    Quizá también allí adquirió una cierta querencia por la autodefensa emocional y su característica mala leche.

    Va quedando definido el alter ego cobiano.

    ResponderEliminar
  16. Ramón, el adjetivo exacto no es "cobiano", sino "cobista". :-)

    AG

    ResponderEliminar
  17. Cobiano indica pertenencia, afinidad de sustrato; cobista subraya simpatía, complicidad.

    "Cobiano" se ajusta más a mis intenciones metafísicas. Mira si no la foto de pie de texto. Dos seres comparten igual cuerpo.

    ResponderEliminar
  18. El granadino granadiano confunde intencionadamente los términos. Cobista es el que da coba y él lo sabe. Pero si queremos ahondar (con este alarde de pérdidas deliberadas de tiempo que estamos desplegando) en la raíz etimológica, semántica y hasta fonológica del término, aun podemos considerar cobero, cobaya, cobete (asimílese a "cohete" en el lenguaje infantil de mi pueblo) y al significado de cobo como
    nombre masculino a
    1 Caracol del mar de las Antillas, de unos 25 cm de diámetro y caparazón de color nacarado; vive en las costas marinas y su carne es muy apreciada por su valor altamente nutritivo.
    2 CRica Manta peluda que se pone sobre la cama. SINÓNIMO: frazada, cobertor.
    3 cobo acuático: Antílope de pelaje gris amarillento, basto y abundante, cuyo macho tiene cuernos, largos, anillados y dirigidos hacia atrás y hacia arriba; algunas variedades presentan una especie de anillo de pelo blanco alrededor de la grupa; habita en zonas pantanosas de África, formando rebaños: los cobos acuáticos son polígamos.
    4.PRico ser ( o estar hecho) un cobo: Estar sola [una persona]: estoy hecho un cobo, hace muchos días que no veo a nadie.

    Por cierto, significados que acabo de descubrir en las wikipedias de este mundo.

    ResponderEliminar
  19. Alberto, cobista le decimos a los seguidores de Cobos el vicepresidente argentino hasta hoy a la tarde. Es un clásico "has been" de la historia argentina. sugiero humildemente seguir con cobiano o me atrevo a sugerir: cobosiano/cobosano previendo una futura veta en el área de la New Age/Medicina Alternativa (onda gurú o hasta tal vez algún ungûento/tónico).

    ResponderEliminar
  20. Aprovecho para anunciarles que me avisaron de la Comisaría Nro 5 de Pehuajó (le pusieron 5 para dar la impresión de que tienen más, pero entre nos, sólo tiene 1) que acaban de detener a un tal Ramón Besonías Román, sujeto masculino, caucásico, oriundo de España. La fianza se ha fijado en 500.000 duros/euros. Pero como estamos en plena elección, con 50.000 lo sacamos. No doy factura, OK?

    ResponderEliminar
  21. Si ya sé, se preguntarán como pasó por Inmigraciones. Cessna de Paraguay directo a Pehuajó. La ruta narco. Pero no se los dije yo. OK?

    ResponderEliminar
  22. Una correción: el poema hecho a base de captchas no es que sea un hito: es un gran-hito. Cosas del acné.

    AG

    ResponderEliminar

Publicar un comentario