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Iberus Gualtieranus o la estrategia del caracol


Imagen: Michael Sowa


He llevado a mis labios el caracol sonoro
y he suscitado el eco de las dianas marinas

(…)
Y oigo un rumor de olas,
y un profundo oleaje, y un misterioso viento…
Rubén Darío

Desciendo en torbellino por el tobogán de mi memoria en busca de la primera huella fonética registrada en su placa lingüística, allá donde el laberinto del oído conecta el nervio auditivo con su neurona terminal en el mapa de los recuerdos. Ando buscando el verbo fundacional, la célula semántica primigenia que generó en mi ser el eco racional de la especie, la primera palabra. De súbito me encuentro sentado sobre las piernas de mi abuelo Miguel, del que solo recuerdo su oronda figura de Buda sedente y muy vagamente su rostro congestionado, mucho más dulcificado en las fotografías que de él se conservan. Juguetea conmigo –su nieto primogénito- a caballito sobre sus piernas y pronuncia la palabra “¡caracoles!”, que repite divertido ante mis efusivas celebraciones. Intuyo que es su sonoridad, casi onomatopéyica, la que provoca en mí la infantil risa compulsiva que tanto complace al abuelo, tierno y ufano al tiempo: ¡Caracoles!
La interjección resuena en mi oído, superada apenas la edad del balbuceo, como un significante vacío, puro tintineo acústico. Sin embargo, su concreción en el ámbito del conocimiento iniciático va a connotar la palabra de un valor simbólico; la llave del misterio que abre las puertas de la obra maestra del ser humano, la invención del lenguaje, forjada, por mor del azar (y quizá tan solo para mí) en esa mágica palabra. Ni atisbo en la intención del emisor de transmitir información científica sobre los moluscos gasterópodos, ni de parte alguna del laberinto del oído interno de los vertebrados. Pura arbitrariedad, que es precisamente la esencia del signo lingüístico en la relación de su significante con su significado. Creo que de ahí deriva mi atávica atracción por las líneas espirales, por las escaleras de caracol, por los anmonites y demás caracoles fosilizados, por los caracoleos de los caballos, por los caracolillos de los cabellos y el cante por caracoles.
Impreso mi carácter por la lentitud, que a veces se confunde con la pereza, me identifico con el humilde caracol en su ausencia de prisa para llegar, al final, a la misma meta. Cornudo sin encabronamiento, dada su reproducción hermafrodita, no engaña a nadie en su insoportable levedad kunderiana. Los nombres científicos de la enorme variedad de estos pequeños moluscos, evocan con su resonancia mítica la antigüedad de sus orígenes que me sugieren siempre el eslabón perdido de mi lenguaje diacrónico. El origen del misterio. La primera palabra. También lo fueron en mi Riografía como recuerdo primigenio. Iberus Gualtieranus no era un gladiador romano.


Cante por Caracoles, Rocío Márquez

Comentarios

  1. Esta mañana, a eso de las 7,00 h., te puse un comentario que se esfumó. He empezado a escribir otro y ha sucedido igual. Esta vez estoy escribiendo en Word, para copiar-pegar, si es que hay suerte.
    Veo que caracoleas con los recuerdos sueños o los sueños recordados, caracoleando con el tiempo y las espirales de la vida. La mente, que muele evocaciones con la fuerza fantasma del tiempo.

    Ahí llevas a uno de nuestra quinta que se perdía en esas espirales de la mente: http://www.youtube.com/watch?v=XkdANtSKT2g

    AG

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  2. Gracias, Alberto. Lamento tus problemas técnicos y tu tenacidad en solventarlos. Ojalá no se pierdan otros también en este laberinto sin pasiones, en esta espiral turbulenta que acaba en agujero negro. Tu regalo musical lo he incorporado a la versión reducida del post en mi blog, en la voz de Sting, con un vídeo excelente. Gracias otra vez

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  3. No es que lamente tu tenacidad,Alberto, sino que la agradezco. ¡Ay!, estos lapsus.

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  4. Ese ¡Caracoles! se convierte así en un mágico ¡abracadabra!, o en un ¡abretesésamo! hacia el fascinante universo del lenguaje. Impugno esa mala fama que sobrelleva el caracol como consecuencia de ser una criatura babosa, arrastrada y cornuda. Su paso por la vida yo lo vinculo más a un libro cuyo título ya es toda una invitación a la lectura reposada: “Elogio de la lentitud”, de Carl Honoré, que me ha sido vivamente recomendado. (Intentaré localizar la curiosa teoría de Rivas). Un parsimonioso abrazo.

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  5. Sigo pensando en la bendita raíz de las palabras. No hay instrumento más hermoso. Es el tesoro, la razón última del hombre como creador. Leyendo he visto a tu orondo abuelo Miguel y he visto el tesoro que te legó. Orgullo de herencia.

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  6. Espero tengas pronto resueltos esos problemas.
    feliz fin de semana.

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  7. Es cierto, Miguel. La palabra tiene inicios emocionales. Imitamos los sonidos del entorno. Mamá silabeándote ma-ma, ma-ma, sonriendo con generosidad. La lengua, antes de ser semántica, fue fonética, simples sobnidos rompiendo el espacio. Imagino que para un ser nacido de una placenta, resguardado del mundo, feliz en su edén prehistórico, salir al exterior debe de ser una aventura fascinante. Dicen los científicos que oimos antes de ver, que la audición es un sentido muy temprano, preuterino. No me extraña que tu "caracoles" ondee sobre tu memoria emocional hasta ahora.

    Gracias por compartirlo.

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  8. http://www.youtube.com/watch?v=0iM1alyOR8w

    Caracoles.
    Buena palabra.
    Puede - inclusive - ser el inicio de grandes historias de amor, sabías?

    Te dejo el video, pero es para mirarlo con un ratito de tiempo porque dura 15 minutos.

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  9. pícaro.
    a mi me suena la palabra pícaro.

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  10. Como dice Ramón, efectivamente una de la teorías con más éxito sobre el origen del lenguaje fue la que defiende que nació por una necesaria imitación de los sonidos de la naturaleza por parte del hombre primitivo, significante antes que significado: el susurro del viento en las hojas, los sonidos de los animales, el ruido del agua... Había un deseo de "poseer" el objeto a través de su fonética.
    Y aquí aparecen tus caracoles como primera palabra: quizás el deseo de imitar a esa persona que quieres y que te ofrece tanto cariño, poseerla en una unión mística a través de la palabra. No en vano, las primeras palabras que pronuncian los niños son las de papá o mamá.

    Pero me voy a dejar de peregrinas teorías lingüísticas, porque lo que realmente te quería decir es que tu sensibilidad siempre desborda tus escritos (la calidad de ellos sería obvio mencionarla). Siempre es un placer leerte, Miguel, como los caracoles, tus textos salen con el sol después de una fresca y fértil lluvia de palabras.

    Mi cariño.

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  11. Somos muchos los que compartimos esa atávica atracción, será porque la espiral nunca es lineal sino despliegue dinámico hacia o desde lo profundo.

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