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Soy el sapo macho alfa y tengo un croar barítono



De la aversión al odio hay a veces muy poca distancia. Uno empieza sintiéndose indispuesto al escuchar cláxons en un atasco y termina saliendo a la calle con algodoncitos en los oídos. Lo malo de las fobias es que hacen patria en quienes las padecen. El mismo hecho de que no se puedan argumentar hace que abusemos de ellas. Yo tenía una amiga que se negaba a ir en autobús. Sostenía que no soportaba el mal olor, la cercanía inevitable de los demás usuarios, la sospecha de que un salido se iba a acercar en demasía, mirarla lascivamente y cosas así. Iba a pie a todos sitios porque tampoco podía pagarse un taxi. Con el tiempo adquirió una fobia nueva. Se negaba a caminar sola. Soportaba distancias cortas. Iba a disgusto a la panadería o al supermercado, pero volvía rápidamente y entraba en un estado de shock al pensar en la posibilidad de que alguien la hubiese seguido y estuviese afuera, rondándola. Hace un siglo que no la veo, pero la imagino en su piso de soltera quisquillosa, recluída en su habitación, pidiendo la compra por internet y buscando en el google algún trabajo que pueda realizar en casa. Encapsulada, reina de un mundo que no conoce. Pero no me extrañaría que estuviese empastillada, gastados todos sus ahorros en consultas de psiquiatras, a la espera de que alguien sane su cabeza caprichosa.

A mí en particular me irritan las moscas. Hacen que estalle. Me ponen a mil. Sacan de mí la ira que ni siquiera yo conozco. Y sí, soy un tipo violento, hosco, un animal si una mosca gorda y zumbona me hace la corte mientras veo una película o leo un libro.No me conozco y hago que los demás tampoco lo hagan. He leído lo suficiente sobre fobias y he leído lo suficiente sobre moscas y ninguna de esas jugosas lecturas me ha puesto en la senda correcta. Paso (es cierto) unos buenos meses al año, pero en cuanto las criaturas del infierno hacen volar sus cuerpos asquerosos y las muy putas se conjuran para hacer mi vida insoportable mi tempramento, por demás calmado y razonable, vira al odio más cerval y mis ojos se encienden en rabia pura. No sé si han visto la rabia pura alguna de vez de cerca. Está en mis ojos, en mi cerebro nada más sentir la presencia de una mosca. Tengo armarios llenos de insecticidas y montones de sapos campan a sus anchas por el salón de mi casa, enfilando el angosto pasillo hacia los dormitorios y sentando su culo verde en mi cama. Eso sí, me encanta verles abrir la boca y engullir moscas. Lo hacen con juguetona disciplina. Quien me los vendió aseguró que pueden llegar a vivir treinta años. Tengo veinte. Croan como posesos, pero cumplen la misión que el buen dios de todos los sapos del mundo encomendó al primer gran sapo, al sapo de ojos como puños que comía cientos de moscas de un solo y pantagruélico lengüetazo. Como no puedo sacarlos a la calle y que me acompañen al cine o a comprar las vituallas, llevo ya un par de meses que no salgo. He encontrado una felicidad batracia. Si llego a saber antes que sólo croan los sapos macho, habría comprado veinte hembras. Yo con mi harén de lenguas retráctiles. Parece una película porno, pero es el dolor de mi cerebro atormentado. Los ahorros mengüan al tiempo que mueren las moscas. Supongo que con la ultima mosca podré salir a la calle y respirar aire puro. Tampoco me importa. Me hecho a este festín doméstico.

De tanto odiar a las moscas he terminado por parecer un verdadero sapo. Tengo la cara abotagarda y he notado que mi lengua ha crecido notablemente. Habiendo sido flacucho, ahora exhibo unas caderas de parturienta y la panza amenaza con no dejarme ver los pies que ya apenas sirven a la noble función de hacer que me desplazo. Doy unos saltitos ridículos y lo que pudiera parecer una arcada o un eructo es en realidad el sonido que emito cuando intento croar. Lo hago bien para ser un sapo tan joven. Anoche intenté cazar una de las pocas moscas que quedan al vuelo. Estaba plantada en una cortina y me aposté a su vera. Abrí con desmesura carnívora la boca y lancé el músculo recién adquirido. La tragué sin que mi asco chistara. Es tal el odio que les profeso que el hecho de comérmelas hace que me sienta pleno y dichoso. Como el depredador que antes de dar la dentellada final a su presa la mira y entiende que los dos son la cara y el envés de la misma moneda. La calamidad a la que había conducido mis días felices en la tierra (yo era un eficiente profesor de instituto, yo era amigo leal y un buen hijo para mis padres) se estaba transformando nuevamente. Mi dieta ha hecho de mí un ser nuevo y sublime. Soy el sapo macho alfa de la horda de sapos que han ocupado felizmente mi casa. Ya no preciso la rutina de antaño y no salgo jamás a la calle. Soy el puto amo de mi imperio de moscas. Cuando faltan, abro las ventanas y dejo que se airee la basura. Acuden como un ejército a punto de conquistar un castillo. No saben la trampa mortal, el engaño de mis amigos batracios. A mi amiga, la ermitaña con la que arranqué mi historia, se le pasará su fobia. Volverá a montarse en autobús, saldrá afuera y paseará sola. La conozco, sé que no es amiga de costumbres eternas. Lo mío es de otra naturaleza. He perdido ya completamente las facciones humanas. Ayer mismo se atrofiaron casi del todo mis manos. Este escrito es mi último acto enteramente humano. Ya no pienso como un hombre. Estoy todo el día en la bañera, feliz en mi nueva condición anfibia. Además croo de maravilla. A este respecto debo templar mi desatino porque ya he oído por el patio interior quejas de algunos vecinos. Hasta creo que me he enamorado de una sapo hembra que me mira siempre con muchísimo afecto. Nos separa el tamaño. Somos incompatibles. El amor es injusto. Moriré como un sapo solitario.


Emilio Calvo de Mora

Comentarios

  1. ¡Cuánta "sapiencia", Emil-Samsa! Tu reencarnación,-¡oh, Gran Batracio!- cual Buda kafkiano, orondo y voraz, deja pequeño al Señor de las Moscas, el sapo exterminador, terror de los dípteros. Te confesaré que ejercí con verdadero sadismo la atávica crueldad de la infancia torturando moscas.
    Para ritualizar el exorcismo, escucha atentamente:

    http://www.youtube.com/wat​ch?v=pgkiukx0VDM

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  2. Más excitante, Sr. Sapo:

    http://www.youtube.com/watch?v=qYIf4rlhRh4&feature=related

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  3. Sapito bueno, lectores contentos.


    Rafa

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  4. Mi mujer no puede soportar a los mosquitos, esos vampiros que zumban tu oído acechando su ataque. Salta tras ellos con lo que tenga a mano: una toalla, una revista, su mano,...

    Lo de las moscas es diferente. Molesta su presencia, no su amenaza de inocularte su molesto veneno. Las moscas son pesadas, insistentes, como un perro pachón y deslenguado, babeando siempre a tu vera.

    Decía Machado:

    "¡Oh, viejas moscas voraces
    como abejas en abril,
    viejas moscas pertinaces
    sobre mi calva infantil!"

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  5. Por cierto, comparto con Miguel sadismos infantiles, solo que mi especialidad eran las ranas. Me sorprendía su invertebradilidad. Las clavaba a una tabla con alfileres y les tiraba dardos. A mis ojos de niño, aquello era más un acto científico que un martirio animal.

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  6. el hijo de tm01 agosto, 2011

    En El Espejo y aquí: qué sapo tan creativo, señores. Me quedo con el sapo emilio de barriga gorda y lengua retráctil, jeje. Un abrazo.

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  7. Espléndida recreación, mitad hilarante, mitad metafísica, del cuento de Kafka. No eres un sapo, qué vas a ser. Emilio, te estás haciendo un escritor todoterreno. De Borges al hoy han pasado muchos años. Todos, a lo que veo, muy buenos.
    No es un juego, no pretende serlo, pero no firme. Tú ya sabes quién soy. No me gusta, lo sabes, escribir ni mirar el "internete", pero vale hoy. Claro que vale.

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  8. No puedo, Emilio, no puedo explicarte lo que me costó llegar al final del relato. Es que le tengo fobia a los sapos. Creo que sólo puedo perdonarlos cuando comen grillos.

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  9. Yo no veo que tu manía sapesca sea una fobia ni nada raro: eso nos pasa a todos, es -se podría decir- lo normal.
    Al menos en los dos últimos siglos, desde que pasó aquello y todo cambió.
    Lo dejo aquí, que voy retrasado y me espera la charca.

    Alberto Granados

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