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Retablo y coda


Retablo popular

I

Lorenzo Ruiz, pa' servirle a usté y a Dios... ¿Cómo dice?, ¿que si creo en Dios? ¡Pero qué cosas tiene usté! Claro que sí. Na' má destetarme mi madre, me hizo hermano del Santo Cristo de la Espina, y hasta hoy. Porque eso se lleva en la sangre, ¿sabe usté? O lo tienes, o no lo tienes. Así de claro. ¿Que cómo lo sé? Pues se sabe, na' má. Te sale del corazón, te entra un revoltijo en las entrañas, que te entra unas ganas de llorar, o reír, no se sabe. Esas cosas no se pueden explicar, ¿sabe usté?... ¿Usté cree en Dios? ¿No? ¡Várgame Dios!

II

¿Mi nombre? Jose, José Guerrero. Pero me llaman Pepe... ¿Creer en Dios? Pues... en algo hay que creer, ¿no? Algo tiene que haber, no te vas a morir y ya está. ¿Qué sentido tendría entonces todo esto?... ¿A misa? No, no voy. Bueno, en bodas, comuniones y esas cosas. ¡Ya me entiendes!... Sí, me casé por la Iglesia. Ya sabes, tiran más dos tetas... ¿La Iglesia? No, yo creo en Dios, pero a los curas ni agua. ¡Menudo negocio tienen montado! El día que regalen a los pobres todas sus posesiones yo vuelvo a misa. Cuando las ranas críen pelos.

III

Juan Carlos. ¿Dios? No, no creo. Soy ateo. Eso de la religión es un invento de la Iglesia para tener al personal atontado. El Ratzinger ese, menudo pájaro. Si por él fuera, volveríamos a los tiempos de la Inquisición. La Iglesia, cuanto más lejos... A mí, mientras no se metan con mis ideas, ya pueden hacer lo que quieran. Cada cual tiene su opinión. Pero que no me vengan diciendo cómo tengo que follar o en qué tengo que creer... ¿Que si creo en un ser superior o en la vida eterna? No. Para seres superiores ya tuvimos a Hitler, y mira cómo nos fue. Todos nacemos solos y morimos solos. Somos un animal más y puede que dentro de miles de años ni existamos como especie. ¡Piénselo!

Coda biográfica

Uno de los más vívidos recuerdos acerca de mi introducción en el complejo universo espiritual tuvo lugar en una sala de cine. No sé muy bien por qué los padres salesianos eligieron ese lugar para entrenarnos en los ritos prescriptivos de la Primera Comunión. Supongo que no encontraron otro espacio que cumpliera con las condiciones idóneas que exigía una experiencia como aquella: la sala de cine era amplia y de luz tenue, virtudes ambientales que se ajustan al dedillo a lo que pide una primera confesión.

Recuerdo que nos llamaron a todos los futuros jabatos de Dios, que en breve íbamos a tener la dicha de recibir la Primera Comunión. Nos dispusieron en fila, a lo largo de uno de los laterales de la sala de cine. Nunca hubiéramos imaginado que aquel lugar pudiera servir para tales asuntos. Nosotros teníamos asociado la sala de cine con otras emociones. Allí había visto películas como Le llamaban Trinidad y varias de Bruce Lee. El hecho de tener que intimar con Dios en el mismo espacio en donde decenas de personajes habían encontrado la muerte a manos de sanguinarios yakuzas o pistoleros a sueldo provocaba en mí una sensación ambivalente.

No fui el primero de la larga fila de futuros comulgantes. Observé durante un buen tiempo cómo mis compañeros se acercaban uno a uno hacia el sacerdote, que estaba sentado en una de las butacas, esperándonos para escuchar nuestros pecados. Por entonces yo era poco más que un inocente ignorante de las complejidades de este mundo (mucho más aún de las del más allá) y no tenía idea alguna acerca de la naturaleza de aquel happening religioso; iba a ciegas. Esta ingenuidad aumentaba mi incertidumbre, que crecía a medida que veía cómo se acortaba la distancia hacia el sacerdote. Contemplaba cómo mis compañeros, al llegar junto al confesor, se arrodillaban frente a él y le hablaban en voz baja. La conversación duraba apenas un minuto, intervalo que aceleraba la administración del sacramento y aceleraba mi inquietud.

Me toca a mí, debí pensar. La sensación es similar a la que me provocaba siendo niño el hecho de irme acercando cada vez más al momento crucial de montarme en una montaña rusa. Al principio, sientes alegría y emoción, pero a medida que ves acortarse tiempo y espacio, el optimismo inicial se torna en costillas en el estómago y ganas de dar media vuelta. Seguí al pie de la letra el protocolo; me arrodillé ante el sacerdote y esperé a que él hablara. Después de todo, no sabía qué debía decir ni cómo comportarme ante él. «Ave María purísima», comenzó mi confesor. La fórmula me sonaba y sabía cómo terminaba. «Sin pecado concebida», respondí, contento de haber superado con solvencia la primera prueba. «Hijo, confiesa tus pecados. ¿De qué te arrepientes?». Lo que temía, una pregunta difícil. Sabía lo que era un pecado, o creía saberlo. Durante un tiempo, pensé en silencio un catálogo de posibles pecados que pudiera autoimputarme. «A veces, no me hago caso de mis padres, les miento, no estudio». No recuerdo bien qué le solté al sacerdote, pero algo así debió ser. «¿Algo más, hijo?». Pensé unos segundos. «No», concluí aliviado. «Reza tres padrenuestros y un avemaría, y ten la sincera voluntad de no volver a pecar. Tus pecados quedan perdonados», replicó con solemnidad mientras aleteaba su mano pantocrática frente a mí, dibujando una cruz imaginaria en el aire.

Pese a la sencillez de aquel ritual y la facilidad que ofrecía de poner limpiar tus pecados, sin tener que realizar onerosos actos de constricción y ascetismo, le cogí en el futuro una irracional dentera a la confesión. No creo recordar haberme confesado después de aquel día más de dos o tres veces hasta hoy. Quizá fuera debido a mi congénita timidez y reserva, o a la convicción de que uno debe tomarse más de una copa con alguien para llegar algún día a sincerarse con él. Un desconocido no se había ganado el derecho a acceder a mis intimidades.

Ramón Besonías Román

Comentarios

  1. Ignorante, reticente, díscolo...una síntesis paradigmática en el diagrama de un siglo de ese retablo popular.
    En la coda biográfica podemos re-conocernos más de uno, aunque sin la escenografía contextual del lugar (en mi caso, más convencional: la propia iglesia). El cine, sin embargo, me ha recordado -si bien con carga conceptual muy distinta- la genial interpretación de Monty Clift en "Yo confieso".

    Al final, no obstante, parece que la culpa freudiana (atávica, genética o educacional) se grabó en nuestro disco duro y siempre encuentra uno una buena ocasión para la contrición. En cualquier caso la palabra arrepentimiento la encuadro en la familia léxica de las que contienen el (que yo llamo) sufijo -miento.

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  2. f, si, solo con minúscula. y no sé. todavía estoy confundido. hoy si, mañana no sé, y ayer coincidía con jorge luis. pero pasado es probable que lo necesite.

    salú!
    y buena vida...
    f

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  3. Mis padres, que nunca se caracterizaron por ser grandes católicos, me enviaron a un colegio de monjas. De chiquita era bastante preguntona (costumbre que no perdí), así que no contaba con el cariño de la hermana María del Huerto, que nos enseñaba catequesis. Ella no podía entender que yo tenía serias dudas y no ganas de pelear. Quería entender, por ejemplo, por qué si el Señor me escuchaba necesitaba un intermediario para confesarme. Y si yo me arrepentía pero no comulgaba ¿Dios me perdonaba? Si Jesús pedía que todos comamos y bebamos, ¿por qué sólo el Padre Keegan era el que tenía la copa?

    Fui con todas mis preguntas sin responder a mi Primera y única Comunión.

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  4. Miguel: tienes la razón de un santo (laico). Aquellos que fuimos atravesados por las saetas envenenadas del catolicismo, pese a entrar a gusto en democracia, aún poseemos de poso ese refrito cultural, transmutado en una mezcla entre indignación y silente espiritualidad.

    Malena: las preguntas son enemigas de la fe. Toda religión se basa en respuestas, en enunciados afirmativos sin argumentación ni lógica. Nos pide dar un salto sin red hacia lo desconocido. A mí me pasaba y pasa lo que a ti. Perplejo anduve, perplejo me quedo.

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  5. Bueno eso de Jabato de Dios. Yo lo fui unos años. Luego lo fui intermitentemente. Luego dejé de serlo. En todas las etapas, no obstante, aprendí algo, por supuesto. Dioses hay tantos como usuarios. Estoy esta noche descreído, of course. Estoy blasfemo, one more time. Estoy a punto de caer de sueño. Buenas noches, barra.

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  6. Me quedo con la idea de confesión como montaña rusa: en el momento en que te arrodillas ante un semejante y le cuentas tus miserias (como si él no las tuviera) en absoluta actitud de sumisión estás inciando un absurdo viaje al vértigo que te lleva a dar vueltas, giros, peligrosas curvas que parecen terminar en el abismo... para, finalmene vovler a la la posición de salida.

    Como a vosotros, me metieron en el cerebro ingenuo de los siete u ocho años la sucia idea de culpa, de maldad. Inventaron para mí la idea de pecado. Yo no peco: tengo fallos humanos porque no soy perfecto, pero no soy esa criatura sucia que les gusta haer ver.

    Sobran.

    AG

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