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Confesiones de un funcionario



Buenas. Vengo a confesarme. Tomen asiento si lo desean, o si lo prefieren, quédense de pie. A mí lo mismo me da. ¿Preparados? Ahí va: Soy funcionario. Sí, como lo oyen, funcionario. Doy clases en un instituto de secundaria. Mi materia es Filosofía, circunstancia que me salva de tener una onerosa carga lectiva en los grupos de alumnos que más tocan los kínder. El resto de compañeros deben bregar cada día con los más disruptivos. Yo vivo como Dios.

Pero mi condición de funcionario no posee solo esa ventaja, que conste. Mi horario me permite entrar no siempre a las 8,30 de la mañana, como el resto de mortales; unos días tico a las 10,40, otras a las 11,30. A veces a las 9,30. Y de la salida, tres cuartas de lo mismo. Hay días que doy dos o tres clases y me voy a casa. Y si un día no quiero ir a clase, pues no voy. Tengo tres días de baja sin necesidad de dar cuentas al rey. Eso sí, no pidas un permiso al inspector por algún asunto razonable; lo más probable es que te ponga pegas. Lo mejor es tomarse la justicia por tu mano y hacerse el zonzo.

Como soy jefe de departamento unipersonal, no tengo que someterme a la molesta contingencia de tomar decisiones con otros colegas; yo me lo guiso, yo me lo como. En cuanto a mi actividad docente, no tengo jefe que me controle. Es cierto que existe un inspector, pero aún no se ha dignado en pedir mi presencia, y si lo hiciera será porque he suspendido a demasiados alumnos o he atracado un banco. En fin, como ustedes habrán intuido, en mi trabajo puedo hacer lo que me plazca, mientras mantenga impolutas las apariencias. Si así lo deseo, puedo estirar mi osamenta en clase, pacer plácidamente mientras mis alumnos orean sus hormonas. Al acabar el curso, les planto un 8 y listo. Mientras que ningún padre venga a molestar...

Por otro lado, la vida social en mi instituto es animosa. Practicamos con asiduidad el viejo arte de hoy por ti, mañana por mí. Cúbreme este hueco, tápame este descosido. Total, todos somos iguales, ¿no? Un funcionario honrado vale menos que uno ocioso, porque el diligente lo que hace normalmente es incomodar al resto, exigirle que trabaje más de lo debido. Suelen ser bichos raros, una especie aparte que pulula por los pasillos, maquinando actividades, cargado de cachivaches tecnológicos.

Las reuniones del profesorado son la parte más incómoda de este oficio. Tienes que trabajar a veces por la tarde y entra una pereza... Total, para nada. Nunca llegamos a ningún acuerdo. Además, ahora con las nuevas tecnologías, pones las notas por Rayuela y listo. Para qué meterse en debates bizantinos, si todos sabemos quién va a suspender y quién no. El que es carne de cañón se nota desde el primer día. Menos mal que por lo menos en mi centro a los padres no se les ve el pelo; otros compañeros no tienen igual suerte y tienen que aguantar la autoterapia insustancial de las madres. Entran unas ganas de decirle que no se esmere, que total, su hijo es un pobre desgraciado al que le espera la oficina del INEM, que está mejor en casa tirado todo el día frente a la Pley que tocándonos las narices en clase. De hecho, si un alumno molesta, lo echamos un mes y solucionado el tema. Ni mediaciones ni educación emocional; a tu casa, zangolotino. Da igual qué ley, decreto o disposición temporal se le ocurra al político de turno. Hay cosas que nunca cambian. El que vale vale y el que no, a su casa, que lo aguante su madre.

(Aviso para lectores ingenuos, no acostumbrados al avieso arte del sarcasmo: el autor no se hace responsable de las opiniones de su personaje literario; él campa a sus anchas con total libertad. De todas formas, si ustedes no se fían mucho, acérquense por un instituto de enseñanza. Algún que otro especimen encontrarán que responde fielmente a mi retrato. Palabrita del Niño Jesús.)

Ramón Besonías Román

Comentarios

  1. Si alguien no tenía aún motivos para arremeter contra los profesores (que no es lo mismo que funcionarios a secas), si alguien desconocía las intrigas palaciegas de los institutos (lo de que cobramos mucho, y tenemos muchas vacaciones, ya pasó de moda), les has brindado la oportunidad de atesorar lanzas y dardos (que no digo yo que no sean veraces y acertados).
    Sarcasmo práctico, lo llamaría yo (y crítica afinada), aunque no sé si conducido por el camino adecuado.

    Buen final de curso, Ramón, y recibe un abrazo de este bicho raro cargado de cachibaches tecnológicos.

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  2. Je, je, je: No querría yo estar en la piel de tu "alter ego", como se corra la voz; ya lo apunta muy finamente Marisa.
    Se te ha olvidado citar el muro de las lamentaciones en que se convierten las Salas de Profesores durante las guardias y "reuniones" de Departamentos unipersonales y su recurrente memorial de agravios.
    De todas formas, desde mi privilegiada ubicación en el limbo jubilatorio, voy a hacer de abogado del diablo, con un solo (podrían ser más) pliego de descargos (por seguir con el lenguaje funcionarial): Una sola hora de clase con media docena de niñatos ibéricos (especie en peligro de expansión), acumula más tensión laboral que el horario de un mes de un jefe de negociado de cualquier Delegación de "Asuntos Propios". He visto profesoras llorando cual chicas de Almodóvar, no al borde, ¡en el ojo del huracán! del ataque de nervios.

    Un abrazo, colega don Ramón

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  3. Marisa, Miguel, es curioso. Simos un cuerpo profesional muy tendente a autolamentarnos y aferrarnos a la autojustificación. LO que está mal, lo está, y punto.

    De todas formas mi crítica mordaz iba más dirigida hacia la falta de control y la ausencia de una inspección útil y eficaz en nuestro trabajo. La gestión es ineficaz y es cierto que no hay control sobre aquellos que se tocan las narices. Tenemos libertad para operar a gusto. La profesionalidad se convierte en este contexto en pura voluntariedad, cosa que es, además de triste, injusta.

    Hay mucha mediocridad administrativa y poca valentía para acometer una reforma de la función pública que se traduzca en eficacia y un respeto basado en el buen hacer y no en esa autocomplacencia en la que nos instalamos para justificar nuestra labor.

    No necesito que me den una palmadita. Necesito trabajar en un contexto que se me permita ser tratado en igualdad de condiciones y en las que no se premie a quien no suda sus horas.

    Esto no resta un ápice de la valía o profesionalidad supuesta a todo aquel que ejerce este trabajo. Pero hablemos en plata, y más ahora que parece tan cool la virtud antes denostada de la austeridad y el esfuerzo.

    Amén. (Perdonad mi perorata)

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  4. Por cierto, Marisa, un besazo y que descanses también.

    Miguel, de la que te has librado, cabroncete, mirando la corrida desde la barrera.

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  5. Permíteme que haga un segunda intervención, Ramón.
    Me sumo a tus palabras del comentario. Entiendo, conozco y padezco esas situaciones diarias y lamentables de las que hablas, donde la picaresca tiene un lugar importante, donde no se premia a quien suda sus horas (ni creo que se deba premiar a quien cumple con el horario riguroso de su trabajo)aunque sí propondría (como reforma eficaz)fichar a la entrada y salida de las clases y, al final de mes que cada cual cobrase por las horas trabajadas. También conozco la autolamentación del profesorado y la autojustificación (y el prefijo "auto" lo has incluido muy bien, porque en nuestro sector, de corporativismo, nada de nada, monada). Todos los que nos dedicamos a esto de la enseñanza sabemos las diferentes recetas para cocer las habas.

    Pero no creo que sea justo cargar la ineficacia del sistema educativo a una actitud del profesorado como la que tiene tu personaje de ficción del relato (afortunadamente, son una minoría). Ni tan siquiera a una actitud discutible por parte de la Inspección. Creo que hay otros factores, y no solo estos, tan importantes para que vayamos a la cola del informe PISA, y van desde la legislación hasta la política, pasando por la labor de los padres, la actitud de alumnos, la sociedad que nos fustiga porque como nospaga tiene todo el derecho a la flagelación del profesorado. No me estoy poniendo en un muro de las lamentaciones, no. Asumo que el profesorado es un elemento más a tener en cuenta en esta situación, (y me sangran las situaciones que describes porque son reales y dolorosas para aquellos que todavía creemos que la educación es la base para mejorar a la persona y a un país), pero no es justo que se le cargue con más peso del que merece, y más teniendo en cuenta que, actualmente se encuentra en tierra de nadie, desprotegido como sabes, desmotivado como verás y vapuleado por casi todos los sectores.

    Pero claro, cada cual puede expresar lo que le plazca, naturalmente, y tú mucho más ya que estás en tu casa bloggera y yo solo estoy en el rellano pegando voces desde la escalera :-)

    Me consta que tú también eres de los bichos raros cargados de aparatos tecnológicos. Solo hay que echarle un vistazo a tus blogs.
    Tú sí que me tienes que perdonar por esta perorata.
    Un besazo y buen fin de semana.

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  6. Esa minoría, Marisa, es un síntoma de la ineficacia del sistema y, cuando llega al Equipo Directivo, afecta a toda la organización del centro. No es tan aislada esta forma de trabajo. El individualismo y la omertá hedonista son una lacra que debe desaparecer ya. A ver si los políticos tienen "cojones" (disculpa, pero es el término más cercano a mis intenciones).

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  7. Tanto tu texto como los comentarios me han mostrado un realidad educativa tan parecida a la que se vive acá, que asusta.


    Como "chiste", agrego la anécdota de una amiga: Cuando recibe el informe trimestral, nota que su hijo no había aprobado geografía. Le resultó extraño, porque las evaluaciones habían sido muy buenas, así que va a hablar con la profesora. Durante 30 minutos escuchó que su hijo era poco menos que un delincuente juvenil. Al borde de las lágrimas y sin entender cómo podía un chico tan dulce cambiar tanto fuera del ámbito familiar, le promete a la docente hablar con Maxi.
    - ¿Quién es Máxi? - le pregunta.
    - Máximo, mi hijo, su alumno.
    - ¿Su hijo es un morochito alto?
    - Mi hijo es un morochito petiso. Pero ¿qué pasa? ¿No lo conoce?
    - Si, si. Vaya y hable con Máxi.
    A los dos días le cambiaron la nota. La profesora no ubicaba a sus alumnos. Claro, había faltado a más de la mitad de las clases del trimestre.

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  8. Cabe aclarar que vengo de una familia de tradición docente y he visto a mi hermana al borde de un ataque de nervios, como dice Miguel.

    Pero el sentido de la responsabilidad es personal. Si los docentes carecen de él, los estatutos los amparan.

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  9. Tengo la convicción de que es la ironía la que mueve el corazón de los que no dejan que nada se los mueva. Ramón, la tuya es esclarecedora. Ojalá el texto no mueva a nadie a pensar que no es otra cosa que eso, un arrebato de alguien dolido en el fondo, deseoso de que algo cambie, en plan quince eme o en plan escuela 7.0 o escuela-vamos-a-dejar-la-burocracia-y-a-enseñar-más

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  10. voy a adherir, convencidamente, al comentario de Emilio y al sentimiento de Malena, por argentina.
    mi afecto para todos.

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