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Zapatero




La soledad del portero frente al balón amenazante. Con esta imagen concluye Zapatero su periplo público como presidente. Comenzó como capitán de un navío recién estrenado, viento en popa, con el talante por banda y la promesa de realizar importantes reformas sociales y culturales. Pero se va derrotado por la fragata de la crisis, un Trafalgar indeseado, voraz e impredecible.

A veces, por muchas virtudes que un político posea y las benéficas obras que haya sembrado a lo largo de su mandato, la imagen final que queda es su última batalla, su epílogo, su tumba. Sucede lo mismo con la literatura o el cine. Una excelente película puede ser arruinada por un final torpe y deshilachado. Zapatero será recordado durante mucho tiempo como el dirigente devorado por la crisis económica. No es la primera vez que sucede a lo largo de la Historia que un jefe de gobierno ha debido ser sacrificado como chivo expiatorio por no saber o no poder sofocar las graves contingencias de su tiempo. Un precio que sabe que ha de asumir con humildad, sin acritud.


Es más fácil ganarse el amor del pueblo cuando el cofre está lleno. En tiempos de desolación, el rey debe morir, claudicar, para que otro monarca gobierne. Hubo un tiempo en el que los ciudadanos soportaban, estoicos, que sus dirigentes les condujeran airosos por las procelosas aguas de la pobreza y la guerra, sin dudar de que la empresa triunfaría. Hoy, la confianza es una virtud en desuso. A mínimo que se estropee el producto, trae más cuenta comprar otro que arreglarlo.

Gobernar bajo la desconfianza del pueblo, con la espada de Damocles de la crisis, rozando tu cuello. Saber que la tormenta amainará, pero no ahora, ni pronto. Ver que mientras tanto el barco se hunde, la tripulación se ahoga, el timón no responde y todos alzan sus ojos al capitán en busca de una solución imposible que no tiene ni sabría inventar.

Zapatero, el portero frente a un balón imposible de placar. El hombre sin respuestas, que no supo ilusionar, siquiera mentir. Toda buena historia la estropea un mal final.

Ramón Besonías Román

Comentarios

  1. Magnífica semblanza , Ramón. Es también la soledad del corredor de fondo, a punto de caer exhausto unos metros antes de llegar a la meta. Tú retratas al personaje con equilibrio y sensiblidad, sin olvidar a la persona. Y lo haces en un momento en que lo fácil y lo habitual es hacer leña del árbol caído (con esa dosis de crueldad tan cainita y tan española), cuando las aves carroñeras se acercan con sus horrísonos graznidos a picotear en el cadáver. Cuando escucho esas voces hipercríticas atacándolo sin piedad, me recreo en el imaginativo juego de ponerlos a ellos en su lugar aplicando las drásticas soluciones que suelen tener para todos los problemas.
    Otro vendrá que bueno lo hará. La vida continúa.
    Buen domingo, Ramón

    Miguel

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Haces de biógrafo imparcial, sin dejarte llevar por el vértigo de los acontecimientos. La Historia se escribe un poco así: mirada desde lejos. La distancia permite un análisis más sereno. No nos incomodan los avatares, la hostilidad, cierto regusto a linchamiento que algunos desean y que el personaje (puesto que no sabemos nada de la persona) no merece por ser autor material de la fechoría. Simplemente no la atajó como el damnificado querría. No supo enmendar los errores ajenos, los que de una u otra manera nos salpican. Está el personaje y está la persona. Me pregunto cuál fotografía explicita a uno y cuál al otro. ¿La de abajo quizá, la apesadumbrada, digo, será la del hombre y la de arriba, la exultante, la teatralizada, será la del personaje, la inventanda, la montada para empezar la función? Arriba o abajo, quiero decir izquierda y derecha. No me vengan con suspicacias.

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  4. Son odiosas las comparaciones, pero no puedo evitar pensar que su Zapatero en nuestro De la Rúa.

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