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Éxtasis


Fotograma de Viridiana (Luis Buñuel, 1961)


Debemos al cristianismo uno de los inventos involuntarios más pródigos de la Humanidad: el erotismo. La Iglesia no contó con la ley newtoniana según la cual a toda acción acompaña siempre una reacción igual (o superior, si se tercia) y contraria. O quizá sí, quizá supo desde el principio que prometiendo exorcizar los deseos de la entrepierna, se ganaría a un pueblo aturdido por los sentimientos de culpa. Quién sabe. El caso es que nada causa más interés que le digan a uno que no puede o no debe hacer tal o cual cosa, nada suscita mayor curiosidad y deleite que nos sugieran más que nos muestren, que nos prometan el éxtasis por entregas. Alienta la imaginación más una mirada que una observación, un hombro al descubierto que un topless, la caricia fugaz que el abrazo entregado, esperar que alcanzar la meta. La contención es la ciencia del placer, la retención del premio hace que el camino que hay que recorrer para conseguirlo sea mucho más gratificante que su consecución. La censura es un agravante del goce, su fuente motivadora. Sin resistencias no hay fruición.

La modernidad nos vendió el mito del placer sin límites, fundado en la condición sine qua non de una libertad infinita, de la no injerencia sobre nuestros deseos de ninguna contingencia mental o física que nos agüe la fiesta. Pero ninguna dicha, y menos aún la lubricativa, se mueve a libre albedrío. El goce requiere de la fricción, del juego dialéctico. Si las cartas se pusieran desde el primer momento sobre la mesa, perderíamos interés. El objetivo está en el camino, no en la meta. Deleita la indeterminación, la sutil sugerencia de regocijos futuribles. La censura opera de abogado del diablo.

No hay libertad ni en el placer ni en la belleza. Todo acto gozoso, toda manifestación de excelencia, requiere de antagonistas que cincelen su perfectibilidad a expensas de nuestra voluntad. Nunca elegimos la fuente de nuestro gozo, ni el lugar ni el tiempo en el que se nos regala. Ella nos busca, requiere nuestra presencia, nuestro sacrificio. La exaltación solo es el gesto explícito de nuestra rendición, la muerte agónica de una dicha que se extingue.

Ramón Besonías Román


Detalle de Éxtasis de Santa Teresa (Lorenzo Vernini, siglo XVII)

Comentarios

  1. Podríamos conectar el leitmotiv de nuestra serie anterior, la de los sueños, con el tema que nos ocupa: la censura. Sobre todo la aplicada por los códigos de conducta no sólo religiosos (algunos ligados a tabúes atávicos, al miedo primigenio, a los rituales del chamán)sino educativos y hasta instintivos, especialmente en el tema en el que te has centrado, el erotismo, la sexualidad. Freud en "Más allá del principio del placer" nos habla de un tipo de sueños, digamos "punitivos", en los que nuestra propia conciencia en los estratos surrealistas del subconsciente, se ocuparía de "pasar factura" a nuestras transgresiones, apareciendo así la sutil faceta de la autocensura, de la que también tendremos que hablar. Amigo Ramón, hasta los más extáticos momentos del placer, en el clímax, hay un vértigo de angustia existencial. Por eso los franceses lo definen con "la petite mort".

    Tomemos algo en la barra antes de entregarnos a las perversiones del sábado.

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  2. San Agustín decía que la libido nació después del pecado de Adàn y Eva; por lo tanto, sólo los pecadores son capaces de sentirla. No condenaba la unión carnal a los efectos de engendrar hijos, sino el placer. Y me pregunto cómo llegaría el hombre a eyacular para engendrar si no gozara. ¿Por qué Dios habrá ideado un mecanismo para que nos multipliquemos que requiera necesariamente el orgasmo?
    Indudablemente, a Dios no le molesta nuestro gozo. Fue la Iglesia la que insistió en culpabilizarlo.

    La modernidad nos situó en la vereda opuesta: el placer sexual como obligación. Antes se insultaba a una mujer diciéndole puta; hoy el peor agravio es que le digan frígida.

    El erotismo sigue siendo la respuesta para salir indemne de amas posturas. El placer sin culpa, sin la exigencia pornográfica. El placer consciente.


    Si fuera creyente te diría: el placer como Dios manda. :)

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  3. Va contra natura la censura que uno se ejerce contra sí mismo. La otra, la interesada, la que urden los poderes, los eclesiásticos, los políticos, los sociales, es un instrumento de validación de lo que hacen. Todo está relacionado. Te enseño a que comprendas que la censura es la vía para que alcances cierto tipo de paraíso. Te enseño a que seas comedido. Te enseño a que sientas que no todo está permitido y en ese plan... Nos dicen esto. Nos lo dijeron. Hoy existe todavía la censura. No creo que vaya a dejar de haberla.
    Hagamos caso, finalmente, a Ramón. A la barra. A ponernos ciegos de amor propio.

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  4. Errata de fácil arreglo: no era Ramón el que llamaba a las barricadas de la barra sino Miguel. Nada complicado el enmiendo. Vayamos, oh con prisa, vayamos.

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  5. mientras leía pensaba en eso que de pequeña me pasaba en las iglesias: me inquietaban los rostros de las imágenes. de grande descubrí que era la exaltación de la sensualidad que los imagineros no pudieron evitar y que la iglesia no pudo rechazar porque hubiera tenido que hablar de eso que en la iglesia no se habla.
    hereje impenitente no me habita la culpa cuando digo acá que no hallo diferencia de gestualidad entre la imagen de arriba con la de abajo. (de las fotos hablo, claro).
    buenísimo tema, Ramón, para escribirlo con tu destreza.
    saludos.

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  6. Muy buen texto justo lo que andaba buscando para mi tesis

    "hermano demos hasta que duela" xD http://madreteresaespiritudedios.blogspot.com/2010/07/cuando-habla-el-corazonque-bonito-habla.html

    me gustaría seguir leyendo mas texto referente al tema del erotismo en el cristianismo, por que la gente cree en que la imágen es sagrada, sin tener en cuenta que para haberse realizado tuvo un filtro que va de la mano con el imaginario humano, por tanto no está desprovisto de la idea de placer que un artista tiene sobre ella.

    saludos

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