Ir al contenido principal

Tríptico con coda y addendum sobre las librerías, la felicidad y un dios al acecho



Alguien me dijo una vez: "Se lee poco porque se escribe mal".


Trincheras

I
Estar en una librería es estar en el centro del mundo, pero pulsar desde casa el algoritmo del google es hacer que el mundo entero desfile en tu pantalla y entonces deja de tener importancia el centro o los extremos, la periferia o las afueras porque estás en un aleph total y todo existe para que tú lo contemples. En esa travesía, en ese ir y venir por la biblioteca absoluta, el que sale dañado es el libro. Paradójicamente, al correr en ocasiones infame de estos tiempos, el libro sufre el vértigo y sufre la fiebre de una sociedad empujada a sobrerevolucionarse y a reinventar a diario su progreso.

II
No podemos saber cómo morirá el libro. Si lo apiolarán en un descampado cinco facinerosos contratados por un holding electrónico japonés o si decidirá quitarse de enmedio, después de siglos de gloria, arrojándose al vacío desde la torre más alta de la ciudad más grande. Porque puesto a sacrificarse, el libro barajará varios protocolos y elegirá el que le de más pompa al finiquito. No será una muerte limpia. Habrá revueltas en las calles. Saldrán las facciones tradicionalistas y habrá derramamiento de palabras. Las trincheras serán levantadas con libros. Hay suficientes libros en el mundo como para hacer una trinchera que lo cerque por completo. Libros de Bucay incluso. Una trinchera de libros da un plus de confort que dan las trincheras de sacos de cemento o de escombros recogidos después de un bombardeo jamás alcanzan. Una trinchera de libros te permite leer el poema de la rosa de Milton mientras un hostil te apunta con un rifle con mira telescópica. Y tú emboscado en las palabras ni te enteras. Es lo que tiene la ficción: que apartas lo real. Lo niegas por aburrido, por previsible, por burgués. Mientras lees poemas bucólicos o aforismos nihilistas te puede sobrevenir un caos metabólico y quedarte en el sitio. Es una muerte un poco idiota, pero entrarás en el cielo hechizado, reconfortado por la idea de que existe otro mundo y que no estará obligatoriamente habitado por ángeles de voz trémula y tierno aleteo.

III
Milton, a su manera, provee una noción de paraíso que rivaliza con los evangelios y hasta los rebaja a elucubración de un puñado de apóstoles alucinados, intoxicados de fe, aturdidos por los venenos de la fe. Puedes atrincherarte con los versos del capitán cantados por Whitman y con los dioses primordiales del retorcido Lovecraft. Entre libros, en esa ensoñación fingida, la muerte es sólo un episodio más de la trama en la que estás envuelto. Te mueres tan a gusto, créanlo. Si hay un Dios, te releverá de la vigilia en la que has estado durante todos esos años y te incorporará a la nómina de elegidos, con todas las ventajas que da estar sentado a la Derecha del Padre. La izquierda del Padre a lo visto, según lo contado por los exégetas celestiales, no cuenta en las crónicas y se omite todo cuanto pueda hacer pensar que verdaderamente existe y que ocupa el mismo espacio que la extradimensionada Derecha. Quizá la izquierda de Dios sea el infierno o el escalón intermedio, ese limbo que da tanto juego a periódicos financiados por la curia y que compran los fieles al salir de misa de doce.

IV
Quedarán unos pocos románticos que custodiarán las últimas impresiones, contarán a los suyos íntimos que hubo una época en la que un hombre podía emboscarse en el interior de una librería y sentirse el centro del mundo. Los más jóvenes, bien pertrechados de máquinas, hechos a descargar aplicaciones fantásticas para leer en pantallas sin brillo la obra completa de Milton en edición bilingüe, preguntarán si de verdad en las librerías el alma del hombre, como cuentan sus mayores, vagaba libre, plena, consciente de estar en el centro mismo del mundo. Y como si todo fuese una balada o la letra misteriosa y telúrica de una leyenda le contarán las proezas registradas en los libros, en esos objetos mágicos que no existen hasta que no se abren y el lector sensible (el otro es un obrero, alguien que cumple unas pautas mecánicas) comulga con la palabra, la recibe en ofrenda mitológica y la acuna en la boca y la traga (ay) como alimento espiritual. Y el niño, el pasmado niño, abre también la suya, traga aire, se queda como en suspenso, pensando quizá en la naturaleza de cuento de hadas de las palabras de sus próceres y activa la wifi mental para irse a otro sitio más seguro. Pensar, ya se ha escrito esto muchas veces, es una actitud de riesgo.


Refugios
Opino como Monterroso: que Dios todavía no ha creado el mundo; que tan sólo está imaginándolo, como en sueños. En un mundo fabulado, todo se rebaja a la condición de mito, todo se traduce a metáfora, todo se contamina de épica. En una época fui un adicto a las librerías. Siendo yo un tozudo aspirante a funcionario del Estado, más pobre que la quemada rata, ese adicción gana en mérito. Mucha de la poca cultura literaria que pueda tener proviene de esos años felices mareando pasillos, ojeando anaqueles, buscando en las portadas la que engolosinara con más entusiasmo el ojo hambriento. Luego abría el volumen sin rubor y me perdía en los prólogos. Qué placer sobrenatural los prólogos: Borges los escribía como nadie. Yo creo que en una parte de su vida, al pensar en su trabajo libresco, se descubriría prologuista y se sentiría a gusto. No lo dudo. El que prologa tiene la esencia pura de lo leído y lo proclama al mundo. Hace unos años me encomendó un amigo que le hiciera el prólogo al libro que estaba a punto de publicar. Lo hice con ardor guerrero, como dice Muñoz Molina, pero lo hice con miedo. Jamás escribo con miedo, pero me aterra condensar, escribir lo que el lector espera encontrar. Y me pasa eso porque el mundo lo prefiguro como una representación de mi mundo á la Schopenhauer. Serán las horas a cobijo de los rigores de lo real en las librerías, en su útero cálido y limpio. Será la vida libresca, la que nos enseñó a desconfiar de John Silver, El Largo, ansiar tener un Capitán Flint como máscota y guardar un mapa del tesoro entre las páginas de un libro de Botánica.


Paraísos
El que no inventa, no vive, dice Ana María Matute al oído del Rey mientras le dan el Cervantes. Pero yo conozco gente que vive a destajo y carece de pudor a la hora de disfrutar de los días que no inventan en absoluto. Uno de los paraísos más fiables que conozco es el libro, pero se podría vivir sin ellos y vivir fantásticamente. Contrariamente a lo que dice Matute, a la que admiro, pienso que no hace falta inventar nada para encontrar la felicidad, que es lo que ha venido a decir en el festejo de su premio. Borges se jactaba de lo leído. Lo escrito es de un valor secundario. El paraíso sigue estando en una librería. El que hace que este negocio funcione es el que se presenta voluntario al acto mágico de escuchar las historias de los otros. El que se arroga el papel de espectador. El que busca una trinchera, el que busca un refugio y descubre, en la travesía, el paraíso.


El infierno
El infierno está también en las librerías.
El infierno está en los anaqueles.
Está en Melville tatuándole a Ahab al diablo en el mismo cerebro.
En Conrad cuando dibuja un río y hace que lo atraviese el mal puro.
En la mentida inocencia de Perrault.
En el hombre sin atributos de Musil.
En los insectos en la boca de Kafka.
En la memoria infinita de Funés.
En el club de los suicidas de Stevenson.
En las resacas de Bukowski.
En De Quincey considerando el asesinato como una de las más bellas artes.
En la flor emponzoñada de Baudelaire.
En el barril de amontillado de Poe.
En la vida cartesiana de Walter Benjamin.
En Mann con asma baviera.
En Beatriz perdida en círculos concéntricos.
En Murakami aburriendo a todos los habitantes del Japón.
En Morel inventándose una isla.
En los abismos primigenios que Lovecraft encerró en Providence.
En el desquicio endecasílabo de Leopoldo María Panero.
En el rey del que Shakespeare hizo un Dios.
En Dios permitiendo el caos, la miseria y la muerte.
En la crónica del submundo de Orfeo.
En Ripley tomando café en una terraza en Florencia.
En Maquiavelo y Montesquieu hablando.


Addendum:
Leer no da la felicidad. Escribir no da la felicidad. En realidad nada en este mundo da la felicidad. Ni en el otro. Hay, no obstante, evidencias fiables, datos que confirman que es posible merodearla, entrar un instante en su centro, sentirla adentro, conocerla en detalle.

Comentarios

  1. Si no se quieren infiernos, se escogen libros que hablen de cielos. Una buena muralla de libros no protege de las balas, pero sí de los dardos envenenados. ´
    La discusión sobre si da o no la felicidad, que se lo pregunten al enfermo que sólo puede recurrir al libro para vivir a través de ellos algo emocionante que no sea la odisea de ir hasta el baño.
    Es todo subjetivo, como el arte del engaño cuando queremos creer en lo increible.
    Un saludo atrincherado.

    ResponderEliminar
  2. I.
    Lo cierto es que en mi caso la escritura me atrajo antes que la lectura. Tuve antes la conciencia de estar escribiendo que de ser lector. Del impulso de imaginar garabateando sobre el papel me sobrevino esa curiosidad natural por leer, por asomarme a la puerta de otras miradas.

    II.
    Mientras siga intacta esa curiosidad, da igual que escribamos sobre piedras que dedo a dedo frente a un ordenador. Hoy se estila lo breve, el microrrelato, el aforismo, la sentencia, el verso sin acompañar. Ya vendrá el párrafo. Es cuestión de tiempo.

    Addendum:
    A su salud, maese Emilio.

    ResponderEliminar
  3. I

    Los libros son los ladrillos -solo material de construcción- de la nueva Torre de Babel llamada Google. En el universo googliano parece que se lee, pero solo se sube por una escalera de caracol caótica, una ceremonia de la confusión que nos lleva otra vez a la soberbia. La lectura de un solo buen libro, por el contrario, nos libera del espacio y del tiempo; crecemos nosostros, no la torre.

    II

    Fahrenheit 451. Huiré con Clarisse al bosque de los hombres-libro. Yo seré Tiempo de silencio.

    III

    Mi infierno y mi paraíso acabarán en el Crematorio. Mis cenizas, donde menos contaminen.
    Quiero ser lo que fui antes de nacer.


    IV

    El Gran Hermano virtual vigilará nuestras almas, "jaqueará" nuestras conciencias. Nunca pensar habrá sido más peligroso. Solo los Crusoes se salvarán si aún queda alguna isla desierta.


    "Haber portado el fuego un solo instante, razón nos da de la existencia" -decía Valente: Infierno y paraíso en el trayecto.

    Venga, otro trago, don Emilio

    ResponderEliminar
  4. Nunca me interesó escribir, pero leer fue mi pasión desde que mi madre traía a casa libros que estaban prohibidos por la dictadura y los escondía bajo siete llaves. Yo tenía 7 años y creo que fue ese halo de misterio lo que me hipnotizó (aunque no entendía demasiado y prefería las revistas Tony del abuelo).
    Vivo en un pueblo chico, lejos de todo. Las librerías y las bibliotecas no abundan, y las pocas que hay traen títulos comerciales de venta asegurada y dudosa calidad. Por eso una vez al mes me pierdo en el Ateneo y soy feliz. El olor a papel, la arquitectura del Grand Splendid, las novedades, los clásicos, los licuados de durazno que hacen en su bar ... todo me gusta. Es un rito.

    ¿Conocés esa librería? ¿Las fotos son tuyas?

    ResponderEliminar
  5. mi si me the felicidad leer y me the felicidad escribir (otra cosa es cuando leo lo que escribo que por lo general me the ganas de borrarlo todo) pero ese es otro tema...
    Me he sentido feliz en muchos de esos infiernos que citaste, mucho mas que en los llamados paraísos terrenales donde en medio de un mundo de gente viviendo a destajo sin inventar nada, lucen felices.
    No hablo de la felicidad de praderas verdes surcadas por flores multicolores y un arcoiris como broche de oro. Hablo de esa tranquilidad interior, de ese hallazgo personal y único que sentís leyendo a otro que te the el aire que te estaba faltando, siendo ese espectador silencioso te volvés protagonista.

    ResponderEliminar
  6. ...traigo
    sangre
    de
    la
    tarde
    herida
    en
    la
    mano
    y
    una
    vela
    de
    mi
    corazón
    para
    invitarte
    y
    darte
    este
    alma
    que
    viene
    para
    compartir
    contigo
    tu
    bello
    blog
    con
    un
    ramillete
    de
    oro
    y
    claveles
    dentro...


    desde mis
    HORAS ROTAS
    Y AULA DE PAZ


    COMPARTIENDO ILUSION
    MALENA

    CON saludos de la luna al
    reflejarse en el mar de la
    poesía...




    ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE MEMORIAS DE AFRICA , CHAPLIN MONOCULO NOMBRE DE LA ROSA, ALBATROS GLADIATOR, ACEBO CUMBRES BORRASCOSAS, ENEMIGO A LAS PUERTAS, CACHORRO, FANTASMA DE LA OPERA, BLADE RUUNER ,CHOCOLATE Y CREPUSCULO 1 Y2.

    José
    Ramón...

    ResponderEliminar
  7. I
    Escribí antes de haber leído, absurda y paradójicamente.
    II
    Tengo que borrar ese vicio. Leer más. Escribir menos.
    III
    No hago nada para que el punto II se cumpla. Incluso me da cierto orgullo el I.
    IV
    En tanto soy incorregible que he añadido un punto IV totalmente innecesario y esta noche, después de que todos se acuesten, en lugar de abrir un libro (tengo ahora uno de poemas de un amigo, lleno de ríos) abra el blog y me explaye.
    V
    Joder, el vicio otro vez, perdón.
    VI
    Fin.
    VII
    En serio

    Gracias, amigos, por leerme.Si sólo escribieran, no serviría esto para nada.
    Lo que me hace pensar en que...

    ()

    ResponderEliminar

Publicar un comentario