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La realidad me mata

Una herida en la región parietotemporal izquierda del cerebro puede hacer que no comprendas al mundo ni te comprendas a ti mismo, pero hay cerebros limpios y presentables, fiables en salud y en irrigación sanguínea, que exhiben la misma incapacidad sensorial. Hay gente que tiene un expediente clínico impoluto a los que el azar o la conjunción de muchos azares les privó de la facultad de reconocer el mundo y de reconocerse a sí mismos. Algunos entendidos en estas materias llaman a esa privación del intelecto sensitivo afasia. Yo mismo, modalidad impoluta del ser humano sin quebrantos cerebrales visibles, soy un afásico a poco que miro la realidad de cerca y comienzo a razonar cómo está hecha. No hay quien la abarque sin sufrir un temblor en lo más íntimo. No hay quien decida examinarla a fondo sin salir tocado en el alma. Debo ser un caso de anomalía de lo más normal. He visto gente como yo a las que la realidad también les ha aturdido a conciencia. Afásicos sin solución química posible. Los fármacos pueden curar las heridas parietotemporales del lado derecho o del izquierdo pero no hay fármaco en los dispensarios públicos ni en los laboratorios secretos que detenga, merme o palie el mal que padezco. Vivo en las ruinas de mi inteligencia, que dijo un poeta.

Soy un vagabundo digital. Soy un nostálgico analógico. Un nómada virtual. Ni estoy en este mundo que no comprendo ni he hecho residencia en la nube, en la red, en ese limbo perfecto en el que puedes ser feliz a golpe de clic. Mi felicidad a estas alturas de la travesía está a expensas del cambio climático y del índice de precios al consumo. Estoy atrapado en las páginas bursátiles. Lampo por matrimoniar vida y razón y únicamente hago fornicios ocasionales con las horas, magreos de minuto, invasiones lúbricas con fragmentos muy reducidos de tiempo. No hay nada perdurable en lo que hago. Ni siquiera dejaré una descendencia a salvo de los rigores que yo mismo sufro. Los que sembrarán mi apellido por el mundo encontrarán los mismos dolores en las mismas vísceras. Mi descontento es de una sencillez asombrosa. No es a mi pesar un descontento complejo de ésos que requieren psiquiatra argentino, diván y horas de abrirse el alma a golpe de visa.

De resultas de todo este magreo frívolo con las ideas he decidido, a día de hoy, cuatro de abril de dos mil once, en la villa de Lucena, Córdoba, renunciar a entender el mundo e incluso de entenderme a mí mismo. Me pido la butaca de espectador. Quiero caña visual en una pantalla de alta definición y espero que a ningún cerebrito de Hollywood se le ocurra meter en el metraje metafísica, hondura de personajes y un final de pensar mucho. Hace tiempo que dejé de adorar el cine serio. Me dio muchos placeres, me abasteció de montones de argumentos con los que decorar las horas en los pubs, contento de ron y de nicotina, de amigos y de blues del delta, pero ahora soy más de palomitas. La realidad, ya lo he dicho, me está matando. Me muero de veras. En unos pocos de años seré un cadáver inculto como tantos. Nadie dirá de mí que hice algo por el progreso intelectual de la raza humana. A lo sumo, los míos, la gente que me quiere o que me tiene algo de afecto, dirán que algunas veces era ocurrente y que jamás escamoteaba una invitación a cañas en los bares. Espero que mi epitafio sea sencillo y no contenga palabrejas complicadas. Hoy he visto las cosas claras. Me quiero ir de este mundo feliz y bruto, alegre e ignorante. Todo lo demás, es decir, el cabrón de Kafka, la puta madre de Kierkegaard y la prosa retorcida de Baudrillard se las regalo a los veinteañeros ávidos de grumos intelectuales. Ya se darán cuenta de que lo mejor del mundo es dormir la siesta y despertarse con una sonrisa en los labios, tener la panza bien llena y la cuenta de ahorros sin agujeros considerables. Amén.

Emilio Calvo de Mora

Comentarios

  1. A veces, amigo Emilio, resulta muy conveniente pedirse la butaca de espectador, ponerse un buen bourbon, aromático y acaramelado, y dedicarse a los mundanos placeres de no hacer nada.
    Conociéndote, posiblemente no aguantarás mucho así. Pronto tus elucubraciones mentales te harán volver (gracias a Dios, diría yo) de nuevo al teclado, pero por momentos hay que dejarse llevar.
    Ya sabes: una pierna para un lado ...

    Felicidades a todos por este proyecto tan interesante y hermoso.
    Un abrazo

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  2. La realidad nos mata, inexorablemente, Emilio. Por eso tratamos de ponernos a salvo en este mundo virtual, cual si se tratara de una burbuja liberadora, ajena al tiempo, ese combustible de la vida, con depósito limitado. Craso error. Aquí y en Pekín, con Kafka y Kierkegaard, jóvenes o gagás, la vida es una enfermedad mortal.

    ¡Barra libre en el Club de los poetas muertos!
    A partir de ahora, solo cabe resucitar.

    Buenas noches y buena suerte a todos en esta homérica singladura, "Alma páter".

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  3. Los verdaderos espectadores de la vida son los psiquiatras argentinos, que se sientan al costado del diván a observar las vidas ajenas. Encima cobran. Sólo les faltan las palomitas (aunque creo que algunos las comen a escondidas).

    Hace algunos años que abandoné la idea de iluminar con mi razonamiento a las generaciones venideras. En realidad, lo intenté. Lo único que logré es decir un par de frases brillantes en algunas reuniones familiares, que fueron opacadas por los aplausos para el asador.
    Por eso ahora me ajusto a las conductas que dictan el saber popular y me echo a dormir (la fama la dejo para cuando me despierte).

    Encantada de conocerte.

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  4. Ya desde el nacimiento, Emilio, la vida nos aturde. El primer gesto de entrada en el mundo es el llanto, una rotunda confirmación de que dentro se estaba mejor, una sospecha de que la vida acabará devolviéndonos, sin remedio, al calor de nuestro origen, abrigados por esa placenta uterina, silenciosa, sin contradicciones.

    Pero hay que vivir, romper aguas, arribar puertos a cada paso, nacer cada día a una nueva perplejidad. Mal que nos pese, amigo, no podemos dejar de sorprendernos, porque la vida nos impele. Somos animales de futuro, de expectativas. Nuestro único libro de instrucciones es esa ficción difusa llamada pasado. Solo desde él interpretamos sin seguridad las huellas de lo que seremos. Ser humano, pasión inútil, pero al fin y al cabo, pasión.

    Buen comienzo, amigo.

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  5. Bueno,muy bueno.Me gusta todo,el título,la imagen y la brillante propuesta de un principio que ya se sabe que tendrá una continuación ejemplar.

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  6. Hola Emilio... Vamos a ver ¿esta barra es tuya o del tío Paco? ¿De verdad que es libre y nos vas a invitar a un whiskicito siguiera ocho años viejo?
    ¿Seguro que has estado solamente comiendo palomitas? ¿No habrás estado celebrando con anticipación la apertura del garito y te habrás pasado el nivel de la última marca?
    Mira que a nuestra edad, el trasiego alcohólico llega antes a los capilares, empieza por alterar nuestra percepción, sigue trastornándonos el sentido de la realidad y puede terminar haciéndonos ver bichos kafkianos presos del temible delirium tremens...
    Anda, si es que vas a invitar, ponme un Gingerale y tómate tú una tónica o un agüita con limon. Yo me voy a quedar aquí contigo y no te dejaré salir a la calle hasta que no haya comprobado que se te han ido los vapores. NO te preocupes, estoy acostumbrado a aguantar la camella y después no andaré por ahí comentando tu estado... Así que desahógate, si quieres llorar llora, y si quieres cantar canta... Si lloras te cantaré algo y si cantas procuraré no llorar estrepitosamente. Anda, compadre, llena.

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