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Física cuántica del acto creativo



Ya sea por falta de personalidad o por la intención de llegar a un público más amplio, uno de los pecados entre los muchos en los que suele incurrir quien decide someter su escritura al escrutinio público consiste en la inútil necesidad de agradar a sus potenciales lectores. Ésta es una de las primeras enseñanzas que aprendí; contra mi voluntad -he de ser sincero- y no sin cierta propensión a la recaída. De esta utópica cesión a la condescendencia me salvó -paradojas de la vida- el propio lector. Muy pronto caí en la cuenta de que lo mismo daba adoptar ante ellos una actitud de taimada reverencia como someterlos a la tortura de mi ingeniería literaria. Un código azaroso rige con esotérica disciplina las leyes de la complicidad entre el escritor y sus lectores. Por mucho que intentes buscar la fórmula del amor universal, el principio de incertidumbre acaba imponiéndose. Es de sano cumplimiento olvidar las demandas del lector y abandonarse al solipsismo. A fin de cuentas, la única cuestión importante a la hora de escribir es qué se quiere contar y cómo. Los demás intersticios del proceso creativo son mero ruido, atrezo irrelevante. El escritor debe obviar que escribe para alguien; debe sustraer de la ecuación al lector.

Primera regla: escribimos para nosotros. La honestidad hacia uno mismo debe primar sobre la empatía hacia el lector. Solo el universo personal y la factura técnica importan. Escribir es una digestión, un movimiento de dentro hacia fuera, un alumbramiento. Un parto controlado donde el escritor oficia a la vez de matrona y de puérpera.

Segunda regla: el lector no existe. Antes y durante el acto de creación, el lector permanece ausente. Después del mismo, cuando la obra es ya una realidad cerrada, un producto independiente de su creador, el lector aparece en escena, aunque como una entelequia indiferenciada; fría estadística, categoría taxonómica para la industria literaria. El lector real es, una vez parido el producto, un estorbo para el escritor; al igual que para el lector, la autoría debiera ser un complemento circunstancial irrelevante. La obra lo es todo, el encuentro primigenio con el libro, con cada palabra, con acciones y personajes; la experiencia de leer, solo eso importa. Escritor y lector se autoinmolan para dejar paso a la ficción como protagonista.

Tercera y última regla: estas dos reglas anteriores poseen validez solo de manera transitoria, como mera epojé, suspensión del agrado, concesiones a la ficción. Al escritor, tras su parto, solo le queda la complicidad con el lector, el afán de logro o el éxito de ventas como única compensación por su esfuerzo. La obra deja de tener importancia para él, a la espera de hilvanar una nueva historia. Toda obra es en sí una obra peregrina, en busca de un nuevo lector.


Ramón Besonías Román

Comentarios

  1. Hace unos días charlabamos con un amigo en su blog acerca de los escritores y su relación con su obra. Me preguntaba si el proceso creativo debe servirle al autor o al futuro lector y si recién se puede considerar a alguien escritor cuando publica y lo leen.
    No puedo evitar recordar que Kafka ordenó que sus manuscritos fueran quemados y, de no ser por su amigo, nadie conocería gran parte de su obra.
    Pero pongamos un ejemplo más sencillo. Pensemos en un libro como si fuera un hijo. El acto creacional debe ser íntimo, placentero.
    Por supuesto que a todos nos gusta llevar las fotos de los nenes en la billetera y que nos digan que son hermosos, pero es un plus, un valor agregado.
    Resumiendo, para no ponerme tediosa, coincido plenamente con vos. Queriendo agradar al lector el escritor comete infidelidad. A veces en la forma, y eso es grave. Otras, en el mensaje. Eso es imperdonable.

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  2. Totalmente de acuerdo. Se empieza con ciertos balbuceos, inseguros porque no sabes qué van a ver al ser uno leido, pero al poco te das cuenta de que lo que más va a llegar es el alma que pongas en cada escrito.
    Un saludo.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. coincido en cada una de sus letras, Ramón.
    y me parece éste un texto más que de física cuántica, de sensualidad; pero eso forma parte del código azaroso que rige con esotérica disciplina las leyes de la complicidad entre usted y yo, ahora mismo.
    qué inmenso placer tan rico lenguaje en tan clara evidencia. agradezco el adicional.
    saludos!

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  5. y gracias, Malena, por haberme traído hasta acá.
    un beso

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  6. Puedo aceptar las dos primeras reglas aunque hay algo que me chirría en todo esto.

    Yo entiendo el "acto creativo" más como un acto de conexión que como un acto de creación en sí. Es decir, es como yo lo siento.

    Soy incapaz de crear por crear, escribir por escribir. Tiene que haber, siempre y antes, un algo que contar. De ese algo que contar surge la inquietud de contarlo, generalmente y sobre todo, para explicármelo a mí mismo. Y ese algo suele venir de forma inesperada. Como si las ideas, las historias, tuvieran alas y vida propia, habitaran su propio mundo, y anduvieran revoloteando hasta que se posan en ti y te conceden la autoría por váyase usted a saber qué razones.

    Es por eso que entiendo la autoría como un acto de transmisión más que de creación, y que entiendo que la propiedad de la obra es sólo del autor en ese impás que va desde el instante de la inspiración al momento de la lectura. Desde entonces el texto pasa a ser del lector, o lectores, con un poco de suerte. Es por eso, entre otras cosas, que me cago, y ustedes me sabrán perdonar, en los derechos de autor y mucho más aún en la Sgae y sus múltimples abusos.

    En cualquier caso no termino tampoco de considerarme un escritor. Tal vez un payaso que cuenta cuentos.

    Perdónenme ustedes el desvarío, la incorrección y las disculpas.

    Es que nunca me sé ir a tiempo. A ver si el rubio flaquito me pone la última copa y prometo irme a casa por muy redondos que tenga ya los pies...

    Besos payasos.

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  7. En todo marcialmente de acuerdo, Ramón. Yo añado: hay que escribir para que te lean, no se escribe para uno mismo. Jamás he escrito pensando en ese escrutinio del lector (o quizá un par de adolescentes y galantes veces) pero sí pensando (siempre) en que lo escrito iba a pasar por el tamiz de los ojos de otro, no de los míos. Escribo y no suelo releer lo escrito. Leo y releo continuamente lo que escriben los demás. Eso me funciona de momento. Lo que escribes, Ramón, es fino, elocuente y hasta elegante en cómo se manifiesta. Esta barra libre se está convirtiendo (qué bien) en una especie de tertulia de borrachos con pedigrí.

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  8. La mecánica ondulatoria parece pensada ex profeso para la explicación de la génesis, la etiología y la propagación de la creación (no solo literaria) y no seré yo quien rebata tan científica y convincente argumentación, todo un acierto ramoniano (lo que no es ninguna greguería).
    Siendo esto así y sin excluir la confluencia de la química, las matemáticas (la cábala, la numerología), la astronomía y tantas otras inveteradas teorías partenogenéticas de la creación, a mí la que más me divierte (algún día habrá que tratarla en profundidad) es la teoría freudiana de la sublimación de la libido, según la cual si de verdad estuviéramos canalizando por los más convenientes viaductos tan poderosa energía, no estaríamos escribiendo (en nuestro caso).
    Hay que ver los efectos que producen un par de copas. Es que la barra libre...

    Amistad y buena compañía.

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  9. Bien, Miguel. Si Freud levantara la cabeza... Pero tú hablas de otro tipo de izamiento. No sé yo si serán las copas o qué sé yo qué será, pero insisto (insisto bien y con conciencia) en que esta barra está alcanzando unos más que aceptables niveles de tinta en sangre. Quise decir alcohol. En qué andaré yo pensando.

    Buenas Noches.

    Vean muchas procesiones.

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  10. Quise decir partenogenésicas (bueno, partenogenéticas también).

    Emilio, algún día contaré una anécdota surgida alrededor de la teoría freudiana, Joaquín Pérez Azaústre y el alumnado adolescente. Divertida.

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  11. Malena:

    Sarna con gusto... Escribimos bajo una motivación, cada cual la suya. Hacia dónde viajará la obra, una vez terminada. Misterio. Quizá quemada, robada, publicada, oculta en un archivo del ordenador. Si el texto no viaja, su vida se extinguió. El destino de toda obra es viajar, polinizar de flor en flor.

    Kaperusita:

    Saludos, Kaperusita (del color que seas). Creo que incluso se puede escribir sin alma, por desgana, despecho, ahogo, desaliento... La necesidad manda.

    Miralunas:

    Gracias por tus requiebros. Ante los halagos uno no puede sino rendirse al lector, otorgarle la luna.

    Kum:

    "Soy incapaz de crear por crear, escribir por escribir. Tiene que haber, siempre y antes, un algo que contar." Cierto ("a fin de cuentas, la única cuestión importante a la hora de escribir es qué se quiere contar y cómo"), aunque no siempre sabemos qué ni cómo contarlo. Escribimos y punto.

    Emilio:

    Así es. Aunque a veces esa otredad somos nosotros mismos. Escribir se convierte entonces en un diálogo con un solo personaje en dialéctica consigo. Buena semana (profana, espero).

    Miguel:

    En boca de borrachos y niños está la verdad.

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