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El patio


Fotografía: Joaquín Ferrer

Una de las objeciones que se suelen aportar a la idea de la pereza es de índole social. El que la fomenta no contribuye al bienestar de la comunidad, aducen los que la reprueban. Cuando he sido perezoso, siempre he deseado ejercer mi derecho a serlo en un patio. No uno que yo hubiese conocido y recordara, sino un patio arquetípico, construido por todos los que he visitado o de los que he tenido noticia por la lectura o por el cine. Creo que en alguna ocasión fui feliz en uno de ellos y ese recuerdo, aplazada su irrupción, se abre camino morosamente, pugna por irrumpir en la realidad y tomar un sitio duradero y fiable. Debió ser cuando yo era muy pequeño, pues no tengo (ya digo) una constancia, un relato de lo que pudo ocurrir y que, tantos años después, aún ejerce su fascinación en mí. Sé que cuando he entrado en uno de esos patios (las veces escasas en que lo haya hecho, me he criado entre gente sin patios, he crecido ajeno a ellos) me he sentido confortado de un modo inmediato. He imaginado que algún día tendré un patio en el que podré descuidarme del mundo y de sus rigores y permitir que la pereza ocupe las horas y me arrastre placenteramente con ella. Será el patio de mi casa, el particular, que cuando llueve se moja, como los demás. Ahí leeré todo lo que todavía no he leído y escribiré todo lo que no he escrito. Lo compartiré con los amigos e interrumpiré festivamente mi pereza para obsequiarlos con las viandas mejores que tenga. En las noches de verano, buscaré con embeleso la limpieza del cielo, su bóveda oscura con su coreografía de luces lejanísimas. En invierno, cuando el frío me recluya en el interior de la casa, cuidaré de él al modo en que un padre vigila a un hijo y está al tanto de lo que le sucede y, en lo posible, no permite que ningún mal le suceda. Esa es la felicidad sencilla a la que aspiro. Me ilusiona pensar que un patio me espera. Son tantas las cosas que anhelo y a veces se ponen tan cuesta arriba que las alcance que conformo a mi paciencia con la idea de que tengo lo que necesito. A falta de patio, pues es piso mi vivienda, aunque grande y dispuesto a la manera que elegimos y disfrutado a diario en él, tengo en ocasiones la ocasión de visitar el patio de los demás, los que tengo a mano. Ahí me explayo a mis anchas, pero echo en falta no poder levantarme temprano, servirme un café y sentarme a la sombra, mientras la luz toma propiedad de las cosas, leyendo como si no hubiese leído en la vida, mirando el cielo como si fuese el primer cielo de mi vida. 

Emilio Calvo de Mora

Comentarios

  1. Muchas gracias por compartir este texto. Me ha encantado. Enhorabuena.

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  2. Yo también vivo en un piso, pero cuando bajo a la costa, a Calahonda, tengo un patio con buganvilla incorporada y ahí encuentro el edén perdido.
    Magnífico texto, Emilio. Un abrazo,
    AG

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