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Rosebud



Todo aquel que haya visto Ciudadano Kane sabe que Rosebud oficia de macguffin, letanía impenitente que atraviesa la trama, como el halcón maltés de Huston o el tiburón de Spielberg, y el que no la ha visto, a mínimo que lleve unos minutos entregado, descubre enseguida el anzuelo y se entrega a él sin deslucir por ello ese extraordinario guión que anima al espectador a querer saber más de su protagonista a través de los testigos que lo padecieron.

Welles, como harían todos los realizadores del Hollywood pre Vietnam, prefiere sentenciar la hermenéutica, dándole el habitual tono psicoanalítico. Kane exhala antes de morir un recuerdo de infancia, un descuido en su memoria que humaniza su biografía a los ojos del espectador. Voilà, Rosebud es un trineo. Podríamos haber dudado antes, pero no después de comprobar cómo los empleados de la mansión queman sus pertenencias en la escena final y entre ellas un trineo infantil sobre el que puede leerse el misterioso nombre. 

Casi que olvida uno lo hijo de puta que es el protagonista cuando contempla impotente cómo su mano deja caer esa icónica bola de cristal navideña en su lecho de muerte. Welles, como buen shakespeariano, toma el material que los personajes del dramaturgo le regalan: hombres poderosos que, bajo una máscara de implacable determinación y crueldad, solo son eso, hombres batidos por el tiempo, ruinas de un incendio emocional. En este sentido, Ciudadano Kane no deja de ser una especia de ¡Qué bello es vivir!, pero con más mala leche; si me apuran, un Ricardo III al que uno acaba por cogerle cariño. Después de todo, qué es el ser humano sino un niño hinchado de edad. La América freudiana, a fin de cuentas, perdona los pecadillos de sus insignes self-made men, bajo el débil prisma de una onírica redención.

Pero cerremos este entremés cinéfago como merece. Fuera de plano, entrelíneas del guión, todos sabían qué era Rosebud: el coño de la querida de  William Randolph Hearst. Así es cómo el magnate que inspiró a Welles denominaba en la intimidad al felpudo prodigioso de su mantenida, y que las malas lenguas se encargaron de difundir en la prensa amarilla. No sé bien si es una casualidad, o se debe más bien a la calenturienta imaginación de quien teje estas líneas, pero si observan el vídeo de más arriba, hay un momento entre los fotogramas de la quema del trineo en los que se puede ver cómo la flor heráldica impresa en la madera se convierte en una vulva, una vulva ardiendo en el infierno de la carne. 

Reconózcanlo, la tesis psicoanalítica de la inocencia perdida, de la humanidad reprimida del villano, desluce su interés ante la prosaica evidencia con la que nos escupe la realidad, obligándonos a admitir nuestra naturaleza sin la excusa de un final moralizante. ¡Qué iba a echar de menos Kane minutos antes de morir sino la presencia de ese oscuro objeto de deseo! R-o-s-e-b-u-d. 


Comentarios

  1. Se puede reconocer tal vez a una obra maestra por la variedad y la conjeturas que despiertan sus escenas.
    Esta historia del trineo añorada fue retomada en un capitulo de Los Simpsons.

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  2. Uno le toma ternura al niño que fue Kane a través de su Rosebud, su trineo. Hasta que aparece la sombra de la vulva de su amante y se nos va toda posibilidad de redención al carajo.
    Porque si al menos hubiera recordado a su amante entera y no a esa única parte de la anatomía, otro sería el cantar!

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  3. Siempre hay un coño detrás de cada hijo de puta, se podría decir, resumiendo muy a la ligera, sin pensar. Pero no hay que pensar de vez en cuando y se procura, para hilar bien, dejarse llevar. El instinto mueve los hilos del mundo. Los rosebuds que son pondrían a Dante a pensar si colocar a su Beatriz como motor del cosmos. Sí.

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  4. Nunca entendí qué necesidad tendrían los herederos del millonario por quemar sus pertenencias, hasta que me di cuenta que el guión en sí es un gran sin sentido muy alabado por los críticos desde la década de 1970 y es por eso que nosotros, hoy, no podemos ver otra cosa más que la idea de obra maestra que se ha construido en torno a dicha película y de la cual los Simpsom se han reído, y mucho...

    Saludos

    J.

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  5. Todos los "Rosebud" del mundo encierran ese oscuro objeto de deseo; pero solo un "cinéfalo" como tú es capaz de verlo -y de mostrárnoslo- con tanta nitidez, con tu ojo izquierdo clínico y tu derecho cínico. No pierdas nunca esa mirada bipolar y escrutadora, Ramón Besonías.

    ¡Hasta la próxima! (Qué calor!)

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  6. Cualquiera de nosotros tiene su crueldad, su ternura y muchos, muchos rosebuds. Ya sabes mi teoría del ser humano: ángeles fieramente humanos, que señaló don Blas de Otero.
    Me pregunto a menuudo cuáles son mis cabronadas, mis virtudes y mis rosebuds.

    Salud,

    AG

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