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La peste



Paradójicamente, mucho de lo que sé de los dictadores proviene de los gags que los cómicos inventan para ridiculizarlos. Se convence uno de que la vía más inteligente para no encabronarse en demasía sale del humor. En ocasiones no se precisa el concurso de un humorista sino que es el propio dictador el que provoca que se tome todo lo que sale de su persona a chota, pero los muertos alfombran las avenidas y al pueblo lo diezma su tiranía. En esa balanza el humor sale siempre perdiendo. Las demás cosas que sé de los dictadores las adquiero involuntariamente. No existe un deseo de alcanzar un conocimiento. No busca uno en el google el ránking de países en donde se vulnera con más ahínco la carta de los derechos humanos. No entra en mi planes de ocio leer biografías desejemplarizantes o sentarme frente a la pantalla y ver un biopic sobre un tirano bananero o un reyezuelo del trópico. Lo que me irrita más poderosamente de esos simulacros narrativos es la posibilidad de que haya algo de alma en uno de esos cabrones. Digamos que descreo de que puedan cobijar un poso de humanidad, aunque sea uno diminuto y de poco afecto a lo sensible. Sospecho que la metástasis les ha comido por entero el corazón. Que el cerebro no se irriga de sangre sana y solo les llega un torrente de grumos. Hay veces en los que grumos están alicatados de cine negro y al tirano infectado solo le satisface ver en una pantalla películas en blanco y negro de los años cuarenta. Veces en las que lo que les fascina es el pop de los ochenta o los Lamborghini modelo Diablo. Fascina que estén al día de cómo van los Chicago Bulls en la NBA o sepan los goles que lleva un astro del fútbol en las ligas europeas y desconozcan de cabo a rabo el roto que cuartea el mapa de su país. Guardan en sus búnkers toda las obras de Walt Disney. Les imagino en un sillón historiado, uno inabarcable, de materiales nobles y peso escandaloso, traído en valija diplomática de algún país a salvo de las sospechas, progresista e intransigente con las dictaduras. No quiere que se les moleste con las minucias del pueblo. Reinan en un imperio de parias a los que no es posible salvar de la miseria, piensan mientras Bambi retoza en el bosque y una dulcísima camerata de violínes escolta al cervatillo por la mañana primera de la fundación del mundo. Al sátrapa enamoriscado de una diva del bel canto le sigue el que colecciona partidos de béisbol, libros de santos o estampas de Betty Boo. No sabremos nunca qué les mueve a ser tan idénticos a nosotros, los que no sacamos ejércitos a las calles y apostamos francotiradores en las ventanas para que derriben al discrepante. Cómo se puede ejercer el mal de manera tan meticulosa, estabulada con ese mimo de estadista y prohombre de la historia, cómo en la intimidad se puede uno desembarazar del animal y sacar fluidamente (sin aparente fractura) al hombre de letras, al culto, al que se extasía leyendo a Shakespeare, escuchando a María Callas o viendo las peripecias de Robin Hood por los bosques de Sherwood en la muy entretenida versión de Michael Curtiz. Se cree uno, en la inocencia que nunca nos abandona, que el sátrapa es un vil sin interrupción. Que le sangra la voz cuando arenga a su pueblo. Que un cáncer le asfixia el alma y no es posible que ninguna razón le persuada de su vesania. Que arde por dentro igual que arde el infierno de los grabados antiguos. Cuando viene alguien y nos explica otra versión de los hechos se nos descuadra la composición moral que hemos ido masticando durante años. No podemos aceptar la evidencia (más o menos contrastada, fiable en apariencia) de que el amor conviva con el odio en la cabeza de estos indeseables. Vinos agriamente fermentados en los odres del tribalismo, escribió Toynbee a propósito de los nacionalismos. Algo de eso bulle en los adentros de estas criaturas indescriptibles. Renuncio a describirlos. Han hecho un daño irreparable. Siguen existiendo por ahí, a cobijo de muchos y en el oscuro silencio (comprado, no crean) de otros. Apestan siempre.

Comentarios

  1. Shakespeare fue el gran maestro en esta materia. Nos regaló retratos inquietantes del poder absoluto, revelando orígenes psicoanalíticos.

    Los dictadores son seres teatrales, se mueven en el alambre del exceso, oscilando casi siempre entre la tragedia y la comedia.

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  2. Algunos eran de comunión diaria, admministrada por el capellán de palacio. Después, no les temblaba el pulso para firmar sentencias de muerte en su despacho con el resto de los trámites burocráticos cotidianos. Una entrada bajo palio en la catedral, con tres obispos y dos cardenales, completa el cuadro.

    «In hoc signo vinces»

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  3. Tenemos los líderes que merecemos. Si le pusiéramos coraje, cojones si ud. quiere, no durarían un año.
    Si hablan y les siguen, el problema es del líder, pero también del que le mira, embobado, extasiado. No tengo duda de que somos una raza estúpida. Yo, el primero.

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  4. Si las consecuencias de sus actos no fueran tan duras y tragicas las vidas de los dictadores podrían ser comicas.. tristemetne comicas

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  5. El tirano se forja a golpes, y la primera voz que calla cuando tiene el poder, es la de su conciencia.
    Apestan, de hecho, pero quién sabe hasta qué punto les importe.

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  6. Se ponen los guantes de lana, cubriendo sus manos de hierro.
    Puras pestes!

    Saludos!

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  7. Excelente Post!. No me quedo solamente en la contra ( TAMPOCO ESTE POST Y POR ESO ME GUSTA) contra los dictadores y yo como latinoamericana se de ellos (PARTIENDO POR EL PROPIO). No me quedo,como decía, en el aplauso que va en contra de los dictadores,tiranos o como se de en llamar a los involucionados. Me quedo sobre todo en la raíz de esta lacra y que este post profundamente visibiliza. La raíz es el desamor y el poderío, el poderío del EGO que ha masacrado a la humanidad desde siempre.Lamentablemente no surgen de la NADA, también somos responsables.
    Un fraterno abrazo desde el confín austral!

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