Siendo caprichoso y de inclinaciones volubles como soy, no me puedo permitir redactar un acta de buenos propósitos para el año recién empezado. En todo caso puedo hacer lo contrario y firmar una que contenga los vicios a los que encomiendo la salvación de mi alma. Aparto las buenas intenciones en la certeza de que no tendré tesón para cumplirlas. Alma debo tener una por ahí adentro y exige su peaje. La abastezco y se queja como sabe. Me pide lo que le gusta, aunque eso a la larga me salga caro y me robe el sueño y la concentración durante el día. Ayer quería no ir a trabajar la muy zorrona. Quedarse acuartelada en casa, atrincherar la modorra de la libranza navideña y ampliar en lo posible el plazo de regreso al campo de batalla. Le dije que no sin entrar siquiera a negociar las condiciones de su reivindicación. El trabajo es sagrado, le confesé. El orden sirve para arrojarse de bruces, hocicando a capricho, a posta y con oficio, al bendito desorden. Conste que hay asuntos del alma que a mí me encantan. En parte la he educado yo, yo he sido quien la ha conducido a lo que es, yo he alimentado su famélico instinto de supervivencia, su inagotable capacidad de asombro. No son tiempos para la lírica, pero ella (mi alma, digo) insiste en alejandrinos, en cuartetos y en metáforas; en cine negro, en be bop y en literaturas germánicas medievales; en novelas infinitas y en sinfonías sublimes. Antojadiza como es, prefiere la holganza al trabajo mecánico que, según dice, la rebaja y la aturde. Se mueve mejor en la chanza metafísica que en las discusiones sindicales. Bebe sin disimulo el elixir de las cosas. Aspira con embeleso la fragancia sutilísima del cosmos. Todo lo hermoso del mundo le atrae y sostiene que será la belleza la que lo salve. Que la poesía es no solo un arma cargada de futuro sino el futuro desarmado y limpio, enhiesto y fiero, desafiando las hordas bárbaras y la trompetería del apocalipsis. Que sin la palabra cultivada y la idea refinada el universo sería un almacén gris de gente desangelada.
II
Está mi alma encabritada con los tiempos que le han tocado vivir, imagino. Yo la animo a que se apacigüe, no vaya a ser que su encabronamiento (perdóneseme este subidón semántico) me arrastre y termine yonki de mí mismo, incapaz de hacer otra cosa que satisfacerla, ajeno al mundo y a sus asuntos. Soy por natural sociable y necesito el contacto con los otros. Prefiero sacrificar el placer puro de lo que verdaderamente me llena por el afecto sencillo de los míos más cercanos y cómplices. Por eso he pedido al numinoso azar y a la conjunción de los astros en el limpio firmamento que me siga premiando con la presencia maravillosa de la amistad y del amor, pero no hay nada que hacer cuando mi alma se pone inabordable, críptica y venenosa, cuando la cerca el ansia pura y se la come la fiebre. Le he pedido eso sin entrar en honduras metafísicas. Sé que seré el buen esclavo que soy, el que se inclina al placer en cualquiera de sus formas y esquiva en lo que puede el dolor en cualquiera de las suyas, el que se aposta en la barra de los bares y se explaya en lo que le gusta. Le he pedido que me ponga de cuando en cuando los pies en la tierra, pero que me dé vuelo de tanto en tanto y pueda apreciar las cosas desde una altura. Si tiene a bien, el bueno del azar, me recompondrá si caigo y me jaleará si me tuerzo. Está en el azar, en el que hospedo el volunto de las cosas, el izarme o el hundirme, el contentar mi quebranto o permitir que me invada y aturda.
III
En fin, no es posible el levantamiento de esa voluntariosa acta de intenciones loables. No entra en mis planes inscribirme en un gimnasio, perder peso con una dieta naturista, dejar de fumar el poco tabaco que fumo o aprender más inglés del que ya sé y me procura sustento. Entra en mis planes seguir escuchando todo el jazz que pueda, mirar a Bill Evans de vez en cuando y pedirle asilo. Ahí me refugio y me nutro. Así que le pido a mi avatar de facebook, a mi adorado pianista, que me mantenga alerta y sensible, lúcido y firme. Que no me encienda la ira ni me arroje sin contemplación al abismo del aburrimiento. Yo quiero no aburrirme. Aburrido, muero. Se puede morir en una tarde de sábado con el corazón latiendo y el estómago recién ocupado, pero yo conozco bálsamos para remediar el tedio. No son míos en exclusiva. Están a disposición de quien abreva su hastío en ellos. Uno hace guardia en estas menudencias del espíritu. Se avitualla de amor y le sobra la prima de riesgo y las bastardas tramas de quienes sacan a la prima a paseo y se la trajinan obscenamente. Enfebrecido, loco, entero y consciente, así pienso andar las estaciones. Ya vendrá después el vértigo y me reventará los ojos. El apocalipsis se cierne, ah. Afinan los heraldos del miedo los metales, empozoñan las armas, gangrenan el verbo, pero vence siempre la pasión, vence el fuego del misterio, vence el ardor del arte, vence la cultura. Al final sobrevive el apasionado, no el culto sin un gramo de amor adentro. La vida es una pasión pobremente correspondida. Uno se va adiestrando en la formación del espíritu.
Aunque cuando leía la última línea me ha sobrevenido un respingo, al evocar aquella turbia asignatura de mi Bachillerato, FEN (Formación del Espíritu Nacional), de cuyo nombre hubiera preferido no acordarme, he de confesarte, buen ladrón de alma cándida, que de cumplirse tus inocuas aspiraciones, no por previsibles menos apasionadas, compañero de Purgatorio sin dantesco periplo, he de decirte que quizá mañana estés conmigo en una suscursal del Paraíso:¡Camarero!: Dos cañas y media de boquerones.
ResponderEliminarSartre dixit. Un Sartre sin gafas de aumento y un tanto más hedonista y menos permeable a los trasuntos ideológicos. La vida, pasión inútil... ¡y qué importa! Que nos quiten lo bailao.
ResponderEliminar¿Debe ser útil la pasión o sólo ser pasión?
EliminarPlaceres, pasiones .... ¿qué más se puede pedir?
ResponderEliminarInútil
ResponderEliminar