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El algoritmo infalible



Habrá quien se emocione al ver a su candidato brincar en un escenario, jaleado por los acólitos, en la creencia de ese gesto espontáneo lo baja al terreno de lo más acendradamente humano. En el fondo no se tiene casi nunca una idea emocional del candidato. Los asesores, al saberlo, le susurran gestos casuales, le confían la mecánicade los afectos y le certifican, a pie de escenario, la bondad de su credo. Se tiene del candidato una impresión a menudo lejana, de intermediario necesario entre la política, es decir, el Estado, y la calle, es decir, el pueblo. El desafecto entre lo uno y lo otro no se palia a saltos, brincando en un estrado mediático, pinchando la señal el youtube y los tuentis, el facebook, Antena 3 y el boca a boca, que funciona siempre de maravilla y hace que un gesto casual, insistimos, un detalle más o menos improvisado, cale en el electorado y extraiga el voto del indeciso y se lo reafirme al simpatizante o al que militan en las filas del que brinca, a mayor gloria de Eva Nasarre.

Hay en la política, en esta parte operativa de la política, quiero decir, donde se juega el gobierno de una nación, un extrarradio de brincos que no sé yo si conviene o si la afea y la enseña tal cual es, como el circo sentimental de una población sensible, herida, que mendiga un ejecutivo fiable, que no sé tampoco yo a estas alturas de la trama si hace falta algo más que fiabilidad para devolver las cosas a donde estaban, caso de que hayan estado alguna vez en un sitio razonable que contentara a todos.

El candidato a un pie del suelo no escenifica un estado circense de las cosas, pero retrata sin tapujos, alejando el pudor y el protocolo, un estado pop de las cosas. Y no es que el brincador me caiga mejor o peor o este escribiente considere que un candidato tiene excluído de su programa de actos el brinco, el sencillo brinco frente a la multitud. Lo que produce sonrojo es la pantomima del mítin, ese volcado artificial de frases antológicas, de guiños cómplices, de impostura fonética. Un mítin es un regalo para los oídos, una golosina semiótica. Y dentro de esa placenta vivífica vale todo. Vale el brinco, por supuesto. Vale el mantra sináptico de ideas vendidas hace mucho tiempo y refritas ahora a beneficio de la causa. ¿Noble la causa? Noble hasta el desmayo democrático, pero cansina en este punto de la historia. Ya está uno cansado (yo al menos) de metralla ideológica y el brinco, ay el brinco, da la arcada previsible. Porque en el fondo lo que queremos es un gestor al que no le traicione la emoción y aplique un programa y no un actor al que un ejército de asesores le van colando posturas y modos en los que una buena corbata recluta un par de cientos votos o un par de miles. Por eso duelen los ojos. Por la visión hedonista que de pronto el candidato tiene de sí mismo, ahí izado, en la arenga, en el recitado feliz de sus coplillas de feria. Importa escasamente que aquí sea Rajoy el que se eleva sobre el mundano suelo. Importa que un candidato, uno con visos de ganar el 20N, sea humano, demasiado humano. Queremos una máquina, quizá sea eso lo que hace falta : un programa de microsoft, uno libre de virus, que no se cuelgue jamás y ejecute su trabajo de forma eficiente y estajanovista, un obrero especializado -tipo Aviador Dro en su buena época- que no se deje intimidar por las circunstancias y tenga en su disco duro un algoritmo infalible. Yo voy a votar al algoritmo infalible. No tengo confianza en nada ni en nadie más.

Comentarios

  1. «Porque en el fondo lo que queremos es un gestor al que no le traicione la emoción y aplique un programa y no un actor».

    No sé yo, amigo, no sé yo. Una tecnocracia circense, si me apuras; pero tecnocracia secas, sin guarnición, va a ser que no.

    A la ciudadanía nos gusta saber que aquel con el que nos jugamos los cuartos tiene sangre en el cuerpo, y sabe saltar cuando la ocasión (o el guión de campaña) lo dicta.

    Lo que digo hasta saciarme: la política es un arte dramático, tragicómico, lírico a veces, bufonada casi siempre. Y seguimos pagando la entrada (comicios, los llaman) a esta representación. Algo tendrá.

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  2. Escribí la parte reversa: mi placer por ver a Rajody, perdón, Rajoy, brinca que te brinca. La escribí, más o menos igual de extensa que ésta, y luego hice el pinto pinto hasta que ganó la obcecada en negar el brinco. En ésas estuve, y mira qué salió, Ramón. Te lo juro por el espíritu de Tintín.

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  3. http://cinepoesiajazz.blogspot.com/2011/11/ver-quien-llega-mas-alto.html?spref=fb

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  4. Sí, se necesita algo (de) ritmo para botar con b a fin de que lo voten a uno con v. La infalibilidad, por otra parte, fue antaño una prerrogativa papal por la que el Romano (germano ahora) Pontífice no podría equivocarse -aunque qusiera- en materia de fe y costumbres. El algoritmo saltarín es , según tú, el infalible en el caso que nos ocupa. Pero hay algo inquietante en la congelación del salto: ¿Y si levitara? Ahí surge la duda: ¿Éxtasis o posesión diabólica? Por si acaso que llamen al exorcista, que éste habló un día de una misteriosa niña.

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  5. Juan López Plaza15 noviembre, 2011

    De acuerdo con Emilio. En desacuerdo con Emilio. Un robot mandando en la Moncloa? No sé, no sé. Pero igual hace falta una mano de hierro, con puerto usb, qué sé yo... Robótica aplicada al Estado del Bienestar. Un saludo, señores de la barra. Un placer además.

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  6. Ah, en España brincan. Acá se les da por mover los brazos en gestos que imitan a políticos de antaño. Y está muy de moda el "desacartonamiento". Todos son cool, hacen chistes para los programas de televisión y tuitean. Habría que informarle a los asesores de imagen de estos políticos que nosotros lo único que pretendemos es que gobiernen. Para ver cualquier otro tipo de actos, podemos ir al teatro.

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