"Soy ciudadano de un país que resulta difícil tomarse en serio"
Alberto Granados, España cañí
Hete aquí, oh fatum pancósmico, oh gran toxina celestial, al bueno de Rigoletto en su atalaya astral, registrando el ruido que hacen las cosas al caer, anotando en su libro de cuentas, en su diario doméstico, los nombres de las cosas, el vértigo de las palabras, el chumba chumba con el que el azul del cielo nos distrae de la pena grande de saber que, al final, mal que nos pese, acaba por morirse uno, como dijo el poeta, pero antes del cierre de las válvulas, oh fátum del hipertexto sentimental, oh trama de causa y de azares, el bueno de Rigoletto ha decidido fugarse de la cárcel de su cuerpo y vigilar desde bien arriba, ya digo, astralmente, voraz y lúdico, enfebrecido y encabronado, contemplando el ir y el venir de los hombres y el abrir y el cerrrar de sus pasiones; es éste el cronista de su quebranto, soy yo, al cabo, el que no se toma en serio el país en que vive, el que se escandaliza cuando los que profesan su fe la exhiben en las calles y los que no la poseen sean linchados en la prensa, en la calle, en todas esas tertulias de cuño cafre y verbo homicida.
Distraido en ese oficio, ocupando los días y también las noches. Abajo, el otro, el que duerme o el que pasea los carmenes o el que vive las mundanas viandas de lo más terreno, fatiga libros, ve películas, ordena el caos en su cabeza de hombre apesadumbrado en el fondo del alma porque vivir hoy en día, habida cuenta de lo que hay, de lo que se ve desde la atalaya, allá en lo alto, es un sinvivir y un sindiós, una herida abierta y expuesta para que todos la vean y todos se pronuncien y expliquen el tamaño del roto, las dimensiones de la tragedia, como quería el poeta. Abajo mi yo precario, el yo que sale a la calle y pasea las avenidas, se sienta en los bancos de los parques y repiensa (repensar es revivir) lo que le han contado para entender qué cosa es ésta que le está pasando. Que todo es circo y es pan, pandereta y morralla. Y nadie sabe quién escribió los versos y para qué sirvieron. Ahora no hay versos. No se precisan versos para poner en marcha la maquinaria rancia de la patria, que la mueven los bobos y los mercaderes, los que consideran que no hace falta sangrar ni que den espuma las venas. Las mías, oh las mías, oh gran perfume del tiempo, ah futuro, ah gema de mi voz en la aurora de los siglos, sangran, luchan, perviven.
Está el vigía Rigoletto apostado en su torreta de francotirador lírico, negando lo que ven sus ojos, ofreciéndose coartadas morales, el dulce odre del vino antiguo con el que sobrellevar el óxido de la sangre, toda esa vetusta costra que se instala en el alma y no la deja ver de frente lo que tiene delante,y sólo encuentra placer en la belleza, en las mujeres en el baño, en la música del azar, en las alhóndigas casuales que jalonan el ocio del que las busca, en la mar que se embosca en el pensamiento y hace que incluso lejos de ella uno la siente penetrándolo, cercando el corazón y anegando el aire con aroma a sal y a bruma de barco que persigue bancos de gloriosos peces. Está el hombre en posesión absoluta de su cultura, privilegiado en su alhambra íntima sin Stendhal que lo secuestre. Porque cuando uno encara la belleza, la belleza existe. El libro lo es cuando se abre y se produce el milagro de la historia que relata. La vida se llama verdaderamente así cuando uno la exprime y la saca a paseo sin pudor, a conciencia, como si fuese una hembra absoluta a la que acabamos de cortejar y que lleva en su vientre la semilla de nuestras atenciones. Luego está el neoliberalismo, que es una bicha venenosa que exige peajes muy altos. Está, oh mi voz que aquí os traigo, oh espejo en el que contemplo la ruina de mi inteligencia, las hordas de los de siempre que quieren descabalgar a las hordas de los de ahora, ustedes ya me entienden, y yo he venido a explicar el mundo desde la altura inmarcesible del cosmos, astralmente, ya saben. Así que puedo hablar de lo que ven mis ojos y no gobernar lo que dicen mis palabras. Dejen que desbarre. Me duele la realidad porque es hermosa y es posible que la destronen de su cama de pétalos y de savia. Y yo, una criatura sensible, un Rigoletto con vocación de chamán o un chamán con ínfulas de bufón de pobres. Porque no me interesan los palacios con sus reyes sino el palacio cuando lo dejaron los que lo construyeron. Ah ése es mi objeto predilecto. Lo hermoso sin una tutela ni un espónsor.
Y será cosa de ir bajando de este atril celeste a Alberto y ponerlo camino a casa. En todo caso, a cuenta de mis inclinaciones narrativas, he consignado solo un retrato breve, un apunte sin el volumen que debiera. Porque el bueno de Rigoletto no está en lo que escribo. Habrá una brizna del hombre, un vamos a ver qué nos sale ya que en un aprieto biográfico ha querido el bueno de Ramón ponernos como si fuese un Violante digital con vara de mando amistosa y no sabe jamás uno cómo salir de estos improvisados retratos. El mío está acabado. No sé ni siquiera si yo mismo, el que lo firma, anda contento con el acabado. Ya le dije a Ramón que era una faena dura la encomendada. Ahora soy yo el que vuelve a casa.
Te salió la faena un panegírico. Se echa en falta menos verdad, más ficción.
ResponderEliminarComparto tu loa a Alberto, aunque no tu temor a caer en injusticia o desaprobación.
No soy tan así. Lo mío es más... Es decir un poco menos... Lo has entendido, ¿verdad? Son matices solamente.
ResponderEliminarAl margen de la precisión, me he reído mucho y ya estoy pensando en cómo me las arreglo para describir al arriba firmante. El listçon est´alto.
AG
Cuando el daguerrotipo de tu amigo veas plasmar con tan efusivo despliegue de metales tornasolados, pon el tuyo a remojar. Añadiré que el primer retrato físico que recuerdo de Alberto pertenece a la Era Preinternáutica, periodo Dactilográfico. Es un joven soldado en un sórdido cuartel, en una fría noche de Diciembre de 1970 que se dirige, cálido y sonriente, al grupo de reclutas recién llegados y pregunta si hay algún maestro entre ellos. Sí lo había: Era yo. Desde entonces amigos.
ResponderEliminarY sí que es difícil la tarea encomendada.
ResponderEliminarY vos estás en mis manos, Emilio. Y ni siquiera mis pequeñas vacaciones lograrán que escapes de tu sino.