Ir al contenido principal

Rutinas

Soy de los que piensan que la vida es mucho más fácil cuando la conviertes en una simple serie de costumbres, de hechos repetitivos que terminan abriéndose paso hasta constituirse en una “segunda naturaleza”, como llamaban al hábito los filósofos de la conducta. Levantarte a la misma hora cada día; comer los mismos alimentos con los mismos sabores, en las mismas cantidades y a las mismas horas; seguir la misma brevísima ruta al negocio y repetir con los escasos clientes esa conversación y ese ritual que ya tengo aprendidos, cuyos efectos son absolutamente predecibles, y que no me obligan a pensar; hablar después con mi madre y contarle las mismas cosas de siempre…

Aunque no sé ni para qué me molesto en contarle a mi madre esas cosas. Nunca me contesta: igual que si no me oyera. Bueno, casi mejor, pues antes, cuando sí se ocupaba de mí era sólo para torturarme:

-Hijo, ¡Mira que eres raro!

-Norman, que no pareces normal. A ver si te echas una buena novia que te dé dos buenos revolcones y empiezas a sentir lo que es la vida.

-¡Anda que las cosas que haces! Tú estás de psiquiatra, Norman… Tan raro como tu padre.


Y así siempre: sólo sabía criticarme, zaherirme, hacerme daño. Por eso tuve que matarla y disecarla. Por eso he apagado el luminoso del que tan orgulloso estaba, para que los viajeros pasen de largo el Motel Bates y no me obliguen a salir de la rutina en que definitivamente he convertido mi vida.

Alguien tal vez podría creer que es aburrida, pero estoy seguro de que podría resultar apasionante, como para escribir una novela o una película, algo lleno de una tensión insoportable… No sé. De momento estoy en la gloria acompañado por la rutina de cada día y así quiero que siga mi vida para siempre. ¡Ay de quien se atreva a interrumpir esta agradable sensación de monotonía, esta paz de cementerio!

Alberto Granados

Comentarios

  1. Je, je. Precisamente lo que menos me gusta de la película de Hitchcock es el monólogo interior del final, esa explicación psicoanalítica de las causas que llevaron al amable, aunque tímido, taxidermista a convertirse en un travestido criminal.

    Me hace reír cómo has convertido a la madre superyoica de Bates en una pesada inaguantable que intenta resoplar garbo en ese cuerpo indolente y pusilánime.

    Me acuesto con una sonrisa, Miguel. Gracias.

    ResponderEliminar
  2. Es fácil buscar excusas cuando lo único cierto es que la vida le viene grande....
    Esta vez era la madre, en otras ocasiones los ladridos de un perro cualquiera, o el llanto lastimero del viento azotando los árboles. Per la realidad es que el mundo le apretaba los cordones de sus zapatos y en vez de aflojarlos los rompió a mordiscos, dejándolos inservibles para siempre y sin la menor intención de ir a por otros menos apresores.
    Un abrazo, queridísimo Alberto, alegría que me ha dado verte tras la barra ;-9

    ResponderEliminar
  3. ¡Ostras, Malena! Ya has trastornado a Ramón, que te llama Miguel. O anoche en la barra se tomó más de una copa. Aquí cualquier día va a pasar algo: ¡Es que no podéis dejar tranquilos a los taxidermistas y a sus madres embalsamadas!
    Bueno, Emilio, nos vemos en el Bates.(Je,je,je,je,je..)

    ResponderEliminar
  4. Je, je. Otra copa más. Invito. La noche es joven.

    ResponderEliminar
  5. Norman es un disciplindo hijo de su madre, un tarado de comarcal, pero tiene el hombre una rutina que cumplir, un propósito en la vida, un objetivo, una misión, un estar y no moverse, un vivir sin que parezca que vive.
    Hay sótanos en todas las casas. Y la luz está a veces prendida en el anuncio.

    ResponderEliminar
  6. Miguel .... ¡yo no hice nada!

    La rutina genera mucho más tensión que la aventura, porque no estamos preparados para ningún imprevisto.

    ResponderEliminar
  7. Gracias por vuestros generosos comentarios.

    Alberto (no Miguel ni Malena)

    ResponderEliminar

Publicar un comentario