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Microclímax de estío



El verano es la estación en la que más tiempo se detiene el tren de la vida.

El coro de los grillos que cantan a la luna acunó mis primeros sueños cósmicos (año 4 de mi edad a. de A. Machado)

En el fondo del pozo habitaba la tía Tragantina, hija del rey Baltasar, madre del miedo y boca de la literatura.

Aumenta el coeficiente de dilatación del alma durante las noches de plenilunio de julio. Embrujo de luna.

No recuerdo el nombre de la muchacha de las bragas rosas. Sólo memoricé su olor. El perfume irresistible del instinto infiltrándose en la pituitaria.

En la penumbra de la siesta, mi abuelo Juan Manuel "el electricista" desgranaba su inagotable espiga de cuentos de la Andalucía rural. (Luego magníficamente recopilados por A. Rodríguez Almodóvar: Cuentos al amor de la lumbre).

Las salamanquesas se agrupan en el patio alrededor de la lámpara. Más tarde aparecen inmortalizadas en el diseño brillante de los camafeos. Y en la canción: “La virgen del Rocío lleva en el hombro una salamanquesa de plata y oro”.

Premonición machadiana: Sobre el olivar yo vi la lechuza volar y volar.

Gino Paoli cantaba en la radio “sapore di sale, sapore di mare…” Los hermanos Rigual, “cuando calienta el sol aquí en la playa…”
(Yo no vi el mar hasta varios veranos después)

San Lorenzo derramó dos lágrimas en la noche de agosto en que, en la pantalla del cine de verano agitada por el viento (como una vela fílmica en la nocturna inmensidad), apareció Alec Guinnes y su batallón de presos británicos silbando La Marcha del Coronel Bogey, junto al puente sobre el río Kwai.

Los primeros sueños eróticos de la preadolescencia se los disputaron en mi cada vez más turbada y febril actividad onírica Sylva Koscina (Iole, novia de Hércules) y Rossana Podestà (Helena de Troya).

La melancolía apareció por primera vez en septiembre y, cómo no, la cantaba un italiano: Peppino di Capri (luego la versionó el malogrado Bruno Lomas). Eso sólo me quedó de ti.

Mi infancia son veranos de un pueblo machadiano:
Torreperogil,
Quien fuera una torre,
Torre del campo del Guadalquivir.

Y mi particular
Cinema Paradiso (Poema de “Riografía”)

Claudia Cardinale
dejó su maleta al pie de la escalera
bajo el techo de estrellas del cine de verano.
Entonces yo tendría la edad de Jacques Perrin
(o acaso un poco menos).
Pero mi piel temblaba con los ojos de Aída.
En la noche estival yo soñaba con ella:
Tomar el tren de Parma que pasaba por Módena
y sentía, cual Lorenzo, vibrar la adolescencia.
Sonaban a lo lejos las canciones de Mina
y los perros ladraban al reloj de la plaza.


Quizá se entienda ahora (algunos ya lo saben) por qué colecciono Summertimes.

Miguel

Comentarios

  1. Miguel, delcioso "veraneo" el tuyo, que mezcla mil facetas muy similares a las que podrían cristalizar mi propia biografía.
    Por cierto, algún día me tendrás que contar lo de la chica de la ropa interior rosa... Esas cosas me turban o más.

    Un abrazo,

    AG

    Por cierto: hoy yo también hablo de los veranos de mi infancia, pero lo hago en un escenario de lujo: el blog de Antonio Muñoa Molina

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  2. Alberto, he leído tu magistral artículo en el blog de Muñoz Molina por el que pasaré para comentarlo. Se lo recomiendo también a los lectores de "barra libre": (http://antoniomuñozmolina.es/2011/07/2452/)

    En cuanto a la chica de las bragas rosas (evocadora de la ya mayorcita de las bragas de oro, de Juan Marsé), andaría yo por los 4 años, atento al despertar de los sentidos. La "magdalenita" proustiana , ja,ja,ja, húmeda y salada.

    Y una puntualización iconográfica: La tía Tragantina, reina del abismo del pozo , elemento disuasorio para evitar que los niños se asomaran y cayeran en él, es la denominación que se le daba en mi pueblo. Muñoz Molina la ubica en Mágina (Úbeda, que dista sólo 9 km. del mío) como la tía Tragantía. En otros lugares, Tragontina.

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  3. Qué vida tan intensa y tan lírica, qué formidablemente explicada, sin contarla, rozándola, aireándola para que los cómplices de esos vuelos de estío los contemplen sin que tercie en la visión fotografía o película alguna: la trama de tus veranos, que son en parte míos, salvando bragas rosas y sapore di sal, más o menos, se extiende como un perfume en este arranque lucentino de verano en el que, a diferencia de otros, voy a pisar menos playa y voy a hacer más hogar. Lo dedicaré a la lectura, a sentir el plenilunio de verano en la almohada, leyendo, amando, soñando, buscando la inspiración en un sonido que venga de la ventana y me alcance. Mira tu correo a renglón de leer esto, please.

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  4. La mayor parte de nuestros recuerdos se almacenan bajo el Lorenzo estival. Es curioso; el calor debería derretir nuestra mente y, sin embargo, inconscientemente es cuando más trabaja, desgranando después, en el invierno de la vida ecos de olores, seres y enseres, lugares comunes e íntimos del pasado.

    De los tuyos, amigo Miguel, algunos son también míos, nuestros: el plenilunio, las salamanquesas, los guillos (odiaba de niño su cri-cri incesante en las noches)... En lo de la siesta, disentimos. 14 años en Euskadi quizá tengan algo que ver. Por cierto, lo de miles de bikinis en la retina, la lubricación mental de la adolescencia, en busca de carne joven con la que alimentar la imaginación, es patrimonio nacional, memoria protegida.

    Dos cervezas en vasos helados, camarero. Brindemos por los buenos recuerdos, especialmente aquellos que siguen teniendo hueco en el presente.

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  5. Una más. A ver si servimos las tres en breve...

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  6. Precoz perseguidor de braguitas rosas al amparo del verano.
    ¿Viste que todo es más fácil cuando calienta el sol?
    Exceptos los grillos que desvelan, claro. A mi no me caen tan simpáticos.


    Si se juntan a tomar cerveza, levanten una copa a mi salud, si?
    Besos con lluvia de sábado invernal.

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