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Anders Behring Breivik



Un chico educado, amable, de esos que dejan su asiento a ancianos y embarazadas no sin antes esbozar una generosa sonrisa. El yerno que toda madre quisiera para su hija. Un hombre instruido, de fácil conversación, preocupado por el medio ambiente (regentaba una granja ecológica en Rena). El noruego prototípico, de postal: quijada viril, frentudo, ojos claros, rubio, bien plantado, deportista, ávido lector. Quienes lo conocieron no lo adjetivan con ningún calificativo negativo; era amable con todo el mundo, quizá un poco tímido, pero en definitiva un hombre correcto, más de lo que se podría decir de algunos.

A pesar de esto, nadie puede apenas decir nada más acerca de Anders
Behring Breivik. Ahora que sabemos de su inquietante faceta de asesino de masas, su corrección social se torna en mero espejismo, un atrezo convencional. Anders es una entelequia, un desconocido, personaje anónimo al que todos veían pasar bajo el disfraz de ciudadano ejemplar, noruego modélico, y resultó ser un iluminado con licencia para matar.

La cruenta masacre perpetrada por Anders
Behring Breivik es un duro golpe emocional para los ciudadanos noruegos y, por extensión, para todos aquellos que asistimos estupefactos al aciago hecho de cómo un ser humano, en apariencia cabal y taimado, puede levantarse una mañana, enfundarse su disfraz de policía, armarse de un rifle y jugar al tiro al blanco con decenas de adolescentes. ¿Qué fatal resorte pudo activarse en Anders para poseer esa fría e indolente voluntad de infringir dolor? Quizá fuera una frustración alimentada a fuego lento, o un idealismo tornado en fanatismo al no poder cubrir sus expectativas acerca de lo que a su juicio debía ser un mundo perfecto, a su imagen y semejanza. O no, puede que el detonante fuera más prosaico. Aburrimiento burgués, como el de los dos jóvenes asesinos en Funny games, de Haneke. Un golpe de calor, al estilo del Meursault de Camus en El extranjero, ese hombre atravesado por la apatía y falta de horizonte vital, enfrentado a su vacío existencial. O el descenso del FK Lyn, el equipo de fútbol del que Anders era acérrimo hincha. Otros dirán que fue un empacho de lectura, que la culpa la tuvo Kafka, o Stuart Mill; que mezcla entre Quijote y Terminator, decidió dar escarmiento a un mundo errado por la política pusilánime y tolerante de la izquierda noruega, que ha dado derechos y bienes a moros carentes de ley ni moral, llevando el país a la ruina.

Todos queremos, necesitamos, comprender qué lleva a un hombre a convertirse en un asesino, en una encarnación del mal; el verbo odiar hecho carne. No nos conformamos con aceptar pasivamente la naturaleza inestable e irracional de nuestra especie. Exigimos una explicación plausible, una causa razonable que nos consuele. La Europa del bienestar asiste, perpleja, a la infausta realidad de la violencia, que es capaz de aceptar como daño colateral o defensa propia, pero nunca y bajo ninguna circunstancia como un arbitrario acto de sadismo. Podemos entender mejor que un iraquí insurgente vuele un coche militar, pero no que un ciudadano noruego, feliz y satisfecho, pueda tener motivación alguna para emular a un Rambo mesiánico. La estabilidad social y económica debiera generar por sí sola ciudadanos complacidos.


Ramón Besonías Román

Comentarios

  1. No es posible entender nada. Ni siquiera que le pongamos la zancadilla al vecino al bajar la escalera. Entendemos al sapo engullendo una mosca. Por hambre. Por supervivencia, pero el sapo no cursó estudios ni tiene el cerebro más sofisticado de la vía láctea salvo que llegue Walter Bishop y nos traiga un alien amigo que nos tumbe al ajedrez y a la política fiscal. Entendemos cosas, pero no todas. El cabrón de la foto, el tarado, es un sapo y ve moscas. No es un ser humano, aunque vea The Shield y Dexter (dijo) y esriba un mamotreto de mil quinientas hojas glosando su épica subversiva. No entendemos, Ramón. No debemos. No hay posibilidad de entrar ahí adentro, en su cabeza volada, y contemplar el desquicio que exhibe. Cabrones como el rubio éste hay a patadas. Nórdicos, sevillanos, italianos, ucranianos. Sólo falta que no se lo crean y entiendan que tienen una misión bla bla bla. Un tío leído y estudiado con una misión y el mal incrustado en su cerebro es más peligroso que mil tontos juntos con idéntico fin, lo decía mi suegra. Asco y miedo en el muedo.

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  2. Estamos expuestos, somos vulnerables, no sabemos nunca nada, todo es impredecible, no se puede gobernar al azar.
    El azar produce monstruos. Siempre lo ha hecho.
    No es justificar la salvajada, ni mucho menos. Es indicar la matemática precisión del cabrón eventual. Sale por donde nadie espera y arrambla con todo. El animal que hay adentro bulle y emerje. Somos una especie extraña. Lo escribió el otro día Alberto a propósito del texto de Miguel sobre la hambruna. Extensible a esto. Cierro ya. Hierve uno.

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  3. El fanatismo es una de las caras de la locura.Deberiamos pegar a modo de bando lo que dice Amos Oz sobre eso.
    Un saludo***

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  4. Tampoco se trata de un "loco aislado", ni de un lobo solitario, como pretenden los que fomentan este tipo de ideario xenófobo, racista y filonazi, tan propio de los partidos ultraconservadores europeos. El huevo de la serpiente se ha roto y aquí tenemos a la "criatura" madurando, planificando y ejecutando concienzudamente su fechoría. No, loco no: Criminal de lesa humanidad.

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  5. ¿Habrá que terminar aceptando que el hombre es malo por naturaleza?

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