Que Andrés era un torpe aprendiz de saxofonista, lo sabían de sobra Moncho y sus compañeros de la orquesta Azul. Que se había enamorado de “la china” desde que un día observó fascinado aquel dibujo de “razas humanas” en la enciclopedia Álvarez, lo sabían solo los dos hermanos, a raíz de sus confidencias fraternales de cada noche, antes de dormirse. El descubrimiento de aquella mudita de ojos rasgados en Santa Marta de Lombas, había constituido para Andrés la concreción de un sueño. El temblor del amor.
Aquella noche, cuando la orquesta acometió las primeras notas de “En er mundo”, todo transcurría con festiva normalidad en la verbena aldeana. Hasta que la súbita presencia de “la chinita”, advertida primero por Moncho que avisa a su hermano con un tironcito del pantalón, obra el milagro. ¡Charlie Parker, que estás en los cielos! El aura de la inspiración, al verla, insufla el alma de Andrés para que sople como un virtuoso en trance el mágico saxofón. “Chaval, tocas como un negro”, parecen decirle sus tan experimentados como sorprendidos colegas.
La inspiración en azul, alma de blues. En er mundo es Summertime.
Miguel
La lengua de las mariposas, película de José Luis Cuerda a la que pertenece esta secuencia, está basada en tres relatos independientes del libro ¿Qué me quieres, amor? de Manuel Rivas: La lengua de las mariposas, Un saxo en la niebla y Carmiña.
¡Espiditrompa! Un abrazo, papá.
ResponderEliminarRapsodia en Cobo, Un abrazo, amigo.
ResponderEliminarYo no voy a ser hoy menos que su hijo y he disfrutado summertime de su arrebato cinéfilo.
Miguel, que estás en Gershwin.
Impagable ese solo bluseado, quejío de amor a la china.
ResponderEliminarImpagable ese final del niño: "vamos, que te has quedao más solo que la una".
La escena de "la china", siguiendo a la guagua, me hizo recordar cuando a los 13 años tuve que irme del País Vasco a Extremadura. Un amiogo de la infancia siguió mi autobus calle abajo, saludando con el brazo hasta ver cómo me alejaba. Volví a verle años después, pero no fue lo mismo; ya no hablábamos de nuestras cosas, solo conversaciones de ascensor. El tiempo nos mutó en desconocidos. Pero tengo la memoria, ese espacio eterno donde se abrigan nuestros deseos, dándonos esperanza.
Buena escena, amigo. Conmovedora.
¡Tolinorrinco! Un abrazo, Alfonso.
ResponderEliminar***
Emilio, el blues está en el alma (¿tiene color?) y aquí el pasodoble "azulea". Celebremos los summertimes antes de que se los cargue El Corte Inglés.
Un abrazo, hermano (c'est la fraternité revolutionaire).
***
Ramón, me costó decidirme entre varias escenas de la misma película; sobre todo, por "de-formación" profesional, muchas espléndidas del maestro don Gregorio y sus connotaciones machadianas. Pero, al final, elegí esta subyugante del saxofón, tan poética. Recurro a ella con frecuencia y no me cansa. La del autobús, como demuestras con tu emocionante anécdota, merecería otro artículo.
Un abrazo, Ramón, y feliz cumpleaños.
Tu texto ha bailado un pasodoble entrañable con esa magnífica película. En ese solo de saxo se escuchan con impresionante nitidez miles de palabras y besos que no se pronuncian ni dan. En esa conversación "juanmaireniana" del autobús, sin embargo, se oye esa melodía existencial en notas y acordes vitales que no se pronuncian pero que están.
ResponderEliminarDelicioso, Miguel.
Un beso en azul.
También son pasadizos estos vuestros, donde el trazo curvo de un río puede acabar acodado en una barra libre o el espejo de unos sueños reflejarse como cristalera de Hooper... En el blues de Andrés late esa atemporalidad de los perseguidores con saxo, donde la inspiración puede hacer que esto lo esté tocando mañana, y también en otro sitio, no en un baile rural, sino en uno de esos clubs en los que jamás pondrá un pie. Un abrazo.
ResponderEliminarAmigo Juan, los pasadizos que horada la música son los únicos que pueden penetrar en los intersticios del alma. Ánema e core: ¿Ósmosis o transubstanciación?
ResponderEliminarUn abrazo
El amor inspira. Y el desamor y las despedidas.
ResponderEliminarPero sólo se toca true blues cuando estos sentimientos salen de lo profundo, como el aire que hace sonar ese saxo.
Malena, escribe Manuel Rivas en el cuento original "Un saxo en la niebla":
ResponderEliminar"Me di cuenta de que estaba tocando sin preocuparme si sabía o no. Todo lo que había que hacer era dejarse ir. Los dedos se movían solos y el aire salía del pecho sin ahogo, empujado por un fuelle singular. El saxo no me pesaba, era ligero como flauta de caña"
qué cosa, Miguel! hace un rato releía El Perseguidor de Cortázar y me quedaba el alma aterida. ahora se me ha entibiado. pura magia de saxo.
ResponderEliminarsaludos, Miguel! (delicioso ver el código de palabras que entrelazan padre e hijo).
Sí, miralunas, sorprende este saxo en un pasodoble: la mirada del cine lo hace mágico.
ResponderEliminarEl cruce de palabras entre Alfonso y yo son un guiño más alusivo a la película en cuestión. Las utiliza el niño como "inocente insulto" contra su maestro, cuando se lo llevan preso los fascistas en la escena final:
http://www.youtube.com/watch?v=nYa19UXr-y8
Saludos, amiga